José Sánchez estaba curándose de los traumas de la violencia vivida en Nicaragua en 2018, cuando los recuerdos de aquellas noches volvieron a su memoria al escuchar ráfagas de AK-47 una noche cuando dormía en los alrededores de la zona donde actualmente habita en Alajuelita, Costa Rica.
Vive ahí con sus dos hijos desde noviembre de 2018, tras salir de Chinandega por la persecución de paramilitares que lo vinculaban a las protestas sociales de 2018.
“Aquí a uno le dicen los vecinos, los amigos nicas y los ticos, que hay mucha venta y consumo de drogas, pero que es tranquilo y no se meten con la gente”, pero ya son más de ocho meses que por las noches se oyen disparos cercanos a su barrio, afirma Sánchez.
En esa zona el Organismo de Investigación Judicial (OIJ) y la policía realizaron un operativo antidroga y quebraron un cartel a unas cuadras de la casa. «Creímos que se iban a tranquilizar las cosas, pero se puso peor. Después del quiebre se dan balazos todas las noches”, dice.
Una de esas noches, mientras se preparaba para descansar, un viernes, escuchó la ráfaga que le revivieron aquellos violentos días de terror en Nicaragua. En una ocasión, los paramilitares dispararon varias ráfagas de AK-47 enfrente de su casa en una caravana sandinista y toda su familia pensó que lo iban a asesinar.
Luego huyó a Managua a esconderse en casa de una hermana, pero supo que a su hijo, lo andaban siguiendo para obligarlo a revelar dónde se encontraba. Huyó finalmente a Costa Rica con su hijo mayor y parte de la familia.
Dice que hasta la fecha, aunque ya venía advirtiendo el riesgo de la presencia delictiva en Costa Rica, nunca había sentido tanto miedo como en el último año. “Ahora ya no me siento muy tranquilo, porque me da miedo que a mi familia, o a mí, nos den una bala perdida un día de estos. Aquí la violencia se ha puesto fea”, dice Sánchez.
Vivir bajo terror
Una familia nicaragüense que vivía en la provincia de Cartago hasta hace dos meses tuvieron que abandonar el cuarto que rentaban, porque en la calle donde vivían unos motorizados asesinaron a un joven colombiano que supuestamente era expendedor de drogas.
“A plena luz del día, en la calle, lo acribillaron. Acabamos de desayunar y ya íbamos al mercado cuando oímos los balazos y las carreras. Ahí quedó el pobre muchacho tendido y los sicarios se fueron en motos”, comentó «Santos», uno de los miembros de esa familia.
Igual que Sánchez, esta familia huyó de Masaya por la represión violenta del régimen en julio de 2018.
Al llegar a Costa Rica en diciembre de ese año estuvieron alquilando en San José, pero el alto costo de la vida en la capital los obligó a buscar una renta más barata y la hallaron en una zona del Valle del Cauca, en Cartago.
Ahí habían estado ya desde 2021, y se sentían cómodos, pero desde 2022 empezaron a percibir el peligro por las balaceras nocturnas, los patrullajes policiales y el hallazgo de cuerpos ejecutados a tiros en los municipios de los alrededores.
Ya cuando presenciaron el cuerpo del sicario a pocos metros de la esquina de su cuadra, entraron en miedo y buscaron una zona más céntrica, aunque eso implica gastar más en renta.
Costa Rica supera 600 homicidios
Costa Rica en lo que va del año supera los 650 homicidios, mucho más que las muertes de todo 2022. Las autoridades atribuyen este aumento de la violencia, a la disputa por territorios de carteles de la droga que operan en el país.
Informaciones diversas señalan la presencia del cártel de Sinaloa (México), de Jalisco Nueva Generación (México) y del Clan del Golfo (Colombia).
La OIJ reportó en agosto pasado que solo en San José, se identificaban más de 1,000 búnkeres (almacenes y pequeños distribuidores de drogas).
Los nicaragüenses, muchos de los cuales salieron huyendo de la violencia política, ahora toman medidas de seguridad colectivas y han creado grupos de WhatsApp para estar en contacto e intercambiando información y alertas.
Se comparten ubicaciones en tiempo real, se comparten noticias y se pasan datos de rentas de alquileres en zonas seguras. “Hasta organizamos salidas o viajes en Uber o Didi en grupos, dos a tres en una misma ruta cuando se puede, para no andar de noche solos en mandados”, dice “Santos”.