Redacción Billete / IP Nicaragua
Nicaragua se encamina en este 2020 a un tercer año consecutivo de contracción económica, y para recuperarse y volver a la senda del crecimiento de antes de la crisis sociopolítica, que explotó el 18 de abril de 2018, podrían pasar muchos años, como ocurrió en las décadas del noventa y del dos mil, después del primer Gobierno Sandinista de los años ochenta.
Los economistas prefieren no comparar la crisis económica actual de Nicaragua con la de los años ochenta, cuando en el Gobierno del país también estaba en manos del actual mandatario, Daniel Ortega, porque los contextos son distintos. Pero vale la pena en estos momentos echar la vista atrás para conocer aquella debacle, que llevó al decrecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) durante seis años consecutivos (desde 1984 a 1989), a una hiperinflación de más de 33,000 por ciento en 1988 y a un sobreendeudamiento.
De acuerdo con los expertos, a Nicaragua le costó mucho estabilizar la economía después de ese desastre económico y sostienen que, 40 años después, sigue siendo la causa del subdesarrollo y pobreza de este país.
La caída del PIB se extendió dos años más durante el Gobierno de Violeta Barrios y los altos incrementos de precios se detuvieron hasta en 1992. En el primer año del nuevo gobierno, la inflación se ubicó en 13,000 por ciento; y en el segundo, en 865 por ciento. En el tercer año de la administración de Violeta Barrios fue que bajó hasta 3.5 por ciento. Para entonces, la economía daba pasos hacia adelante nuevamente, pero muy lentos.
Además, en una buena parte de la década del noventa, el país entero tuvo que sufrir la aplicación de los llamados “programas de ajustes estructurales”, recetados por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial para reducir la alta deuda externa del país, que para ese entonces representaba más del 500 por ciento del PIB, y estabilizar la economía.
Más que la guerra, los sandinistas cometieron grandes errores
Entre 1970 y el 2009, la economía de Nicaragua cayó catorce veces. Tres de esas contracciones fueron en la década del setenta, siendo la más pronunciada la de 1979. En el año del triunfo de la Revolución Popular Sandinista el PIB cayó 26.5 por ciento, según los registros del Banco Central de Nicaragua.
En los ochenta fue cuando más caídas del PIB se produjeron: siete (seis de ellas consecutivas), siendo la más fuerte la de 1988, de 12.4 por ciento, de acuerdo con el BCN.
Al principio de la década del noventa, durante el Gobiernos de Violeta Barrios, hubo tres años de decrecimientos leves de la maltrecha economía que se heredó del Gobierno Sandinista. Luego, el país tuvo 15 años continuos de crecimiento y experimentó nuevamente una contracción económica hasta el 2009. En este año, estando nuevamente en el poder Daniel Ortega, se produjo la crisis económica mundial que afectó indirectamente a este país.
La dictadura de Anastasio Somoza Debayle había conseguido un crecimiento económico para el país en la década del setenta, que llevó al PIB hasta los 2,239 millones de dólares, según el BCN. Pero luego sumó dos años continuos de recesión económica (incluyendo el del triunfo de la Revolución).
En el primer año de Gobierno Sandinista (1980), la economía del país creció 4.6 por ciento, ascendiendo a 2,079 millones de dólares, pero al final de la década, y del derrotado Gobierno Sandinista en las elecciones de 1990, el PIB descendió hasta los US$1,020 millones. Los datos fueron tomados del informe 50 años de Estadísticas Macroeconómicas 1960 – 2009 del Banco Central. Con base en estos quiere decir que el PIB, que mide el comportamiento económico desde el punto de vista de la producción del país, descendió 51 por ciento en esta década.
Arturo Cruz Sequeira, profesor pleno del Incae, dice en el ensayo Un relato de medio siglo 1951-2005 ¿Qué ocurrió con Nicaragua? que “el régimen revolucionario, por pretender un cambio radical en el modo de producción, derrochó el capital social que el país había acumulado”.
Según Cruz, “la esperanza de una Revolución ‘distinta’, motivo a la comunidad internacional, incluyendo los Estados Unidos, a ofrecerle recursos frescos a Nicaragua, con lo cual la reconstrucción de la economía (afectada por la guerra contra Somoza) hubiese sido una tarea relativamente fácil”. En ese ensayo, Cruz refiere que la Cepal estimó que los daños causados por la guerra entre 1978 y 1979 sumaron 481 millones de dólares. En tanto el Banco Mundial, en su informe de 1981, concluiría que entre finales de 1977 y mediados de 1979, las fugas de capitales superaron los 600 millones de dólares.
Los gobernantes revolucionarios no aprovecharon esa oportunidad de reconstruir la economía y decidieron que “Nicaragua debía transitar a un nuevo modo de producción, en el cual el eje principal debía ser la economía estatal”. Pero ese fue un error, afirma el profesor pleno del Incae y analista político, porque durante los ochenta la mayoría de países de América Latina decidieron dirigir sus economías a un enfoque “donde los privados asumieron un papel más protagónico”.
“En menos de un año el Estado llegó a controlar directamente las alturas dominantes, desde la banca, hasta el comercio exterior, incluyendo las importaciones de alimentos y petróleo. La participación del sector público en el PIB pasó del 15 por ciento en 1978 a 41 por ciento en 1980, y, para finales de la década revolucionaria, más del 70 por ciento del crédito doméstico fue absorbido por este polo de acumulación social, lo que explica en parte por qué el 70 por ciento de la inversión bruta fue inversión pública. Salvo Cuba, no había otro país en América Latina donde el Estado tuviese semejante peso en su economía, con un 70 por ciento relativo al PIB” cuenta Cruz.
David Close, en el libro Los Años de Doña Violeta, refiere que “el último buen año económico que tuvieron los sandinistas fue 1983”.
“A comienzos de 1984, la guerra de la Contra se iba intensificando, cada vez haciéndole mayores demandas a la economía; el córdoba (C$) sobrevaluado estaba contribuyendo a la inflación y deprimiendo las exportaciones; la inflación se aceleraba, pero las tasas de interés permanecían bajas, produciendo tasas reales negativas; y los intentos del gobierno revolucionario de jugar a ‘alcanzar al socialismo’ lo habían dejado claramente sobre comprometido”, afirma Close en su libro.
De acuerdo con Cruz, “desde los tiempos remotos de la colonia, en Nicaragua, por primera vez, los alimentos escasearon, escasez que se agudizaría cuando faltaron las divisas para importar alimentos y por el conflicto armado”.
Cruz afirma en su ensayo que “Nicaragua tuvo a lo largo de los ochenta en realidad fue una economía de guerra, con las zonas agrícolas como su teatro principal, y una retaguardia suplida por el petróleo y el trigo soviético, por las manufacturas ligeras de Bulgaria, y por el equipo pesado de Alemania Oriental”.
“En 1987, entre milicias, miembros permanentes del ejército, policía y fuerzas especiales del Ministerio del Interior, la Revolución Sandinista movilizó cerca de 180,000 efectivos. Y el aparato estatal se ensanchó de tal manera, que los empleados públicos se sextuplicaron entre 1979 y 1987. Solamente el ejército absorbía directamente 30 por ciento del presupuesto nacional, para no mencionar a los otros órganos del Estado, así como organizaciones partidarias y ‘ciudadanas’, las que estaban exclusivamente dedicadas a la ‘defensa nacional’”, relata.
Eso, además de llevar al país a la hiperinflación de más de 33,000% mencionada, hizo que Nicaragua fuera el único país de Centroamérica que experimentó una contracción económica (-0.77%, según el Banco Central en promedio) en la década del ochenta.
Cruz y Close coinciden en que el Gobierno Sandinista tomó nota de los errores que estaba cometiendo y llevando a la ruina a la economía nicaragüense, y empezó a aplicar medidas muy drásticas como las recetadas por los organismos financieros internacionales.
“Para empezar a reparar este daño (de la caída económica) el recién electo gobierno de Daniel Ortega develó una dramática política nueva en febrero de 1985. Tendría muchas de las dolorosas características de los programas de austeridad prescritos por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial, pero no conllevaría los beneficios (por ejemplo, acceso a préstamos blandos) que vienen con la participación en los esquemas de los prestamistas multilaterales”, cuenta Close en su libro Los Años de Doña Violeta.
El profesor en ciencias políticas de la Memorial University de Newfoundland, Canadá, cuenta que “la nueva política económica de Nicaragua era un complejo paquete integral que estaba diseñado para estimular la producción, ajustar los salarios, trasladar recursos hacia las fuerzas armadas y mejorar las condiciones materiales en las áreas rurales”.
El primer paso en esa dirección, según Close, fue cortar el gasto gubernamental al eliminar los subsidios a la alimentación y reducir los del transporte público.
“En este mismo orden decretó una congelación de contratación de empleados en el servicio público y se racionalizó la inversión en el sector público. Además, el gobierno revisó sus políticas de tipo de cambio, decretando una devaluación y apretando sus políticas de tipo de cambio hacia el sector agrícola”, dice el investigador.
El embargo estadounidense de mayo de 1985 y el continuo financiamiento de los contras por la administración Reagan aseguraron el fracaso de esas medidas, afirma Close.
“El 14 de febrero de 1988 los sandinistas tuvieron que procrear otro plan de austeridad. Este fue un gran gesto teatral, porque introdujo una moneda totalmente nueva (el nuevo córdoba) efectivamente de la noche a la mañana, habiendo urdido el plan por varios meses en completo secreto. Los nicaragüenses tuvieron tres días para convertir sus córdobas viejos por los nuevos a razón de 1,000 por uno hasta un límite de 10 millones de córdobas viejos, con la congelación en cuentas especiales de las cantidades allende ese límite”, relata Close.
A ese acontecimiento, gravado en la memoria de los nicaragüenses de la época, se le conoció como Operación Berta. Para ser más precisos, el cambio consistió en que si usted tenía 1,000 córdobas en ese momento tenía que ir a cambiarlos por ley y a cambio solo recibiría un córdoba. Esa decisión agarró movidos a todos los nicaragüenses y de la noche a la mañana se vieron más empobrecidos.
“Al fijarse la nueva moneda en 10 por un dólar norteamericano, un valor unificado para reemplazar la plétora de tasa que existía anteriormente, esto significaba que los ahorros que hasta la suma de 10,000 dólares se podían cambiar inmediata y legalmente. Más importante para la mayoría de los nicaragüenses fue el alza generalizada de precio de los artículos de consumo que aumentó el costo de compra de las diversas canastas de abarrotes hasta en un 273 por ciento. Finalmente, en otro intento de frenar los costos, el sector público se redujo a través de la política de compactación que fusionaría ministerios y permitiría despidos”, explica el profesor de políticas públicas canadiense.
La crisis económica provocaría que los salarios reales cayeran un 40% y el gasto en consumo un 13.5% a finales de 1988, afirma el economista Gustavo Indart, de la Universidad de Toronto, en su ensayo Reformas económicas y pobreza en Nicaragua.
Al ver fracasado ese nuevo plan, el gobierno de Ortega decidió liberar más la economía, aumentando los precios y devaluando el “deslucido córdoba nuevo”, un cambio radical, de acuerdo con el experto, que tampoco fue suficiente.
La consecuencia: “A finales de 1989, después de una década de régimen sandinista, el ingreso per cápita de Nicaragua era como la mitad de lo que había sido en 1970 y lo que había costado cien córdobas en 1980 se vendía por 450 millones de córdobas, en valores constantes”, narra Close en su libro Los Años de Doña Violeta.
La crisis económica era profunda. De acuerdo con Arturo Cruz, el PIB per cápita de los nicaragüenses llegó a 1,050 dólares en 1977, pero cayó a 400 dólares en 1992, muy por debajo del que tenía el país en 1960 (600 dólares) y el endeudamiento externo pasó de 521 dólares per cápita cuando Somoza abandonó el país a 3,522 dólares en 1990.
Según el Banco Central, en 1980 el país tenía un saldo de deuda externa de 1,850 millones de dólares, la que pasó a 9,597 millones en 1989. Además, esta llegó hasta los 11,695 millones en 1994, cuando el país aún no había recibido los beneficios de la condonación.
Para el economista José Félix Solís, el decrecimiento de la economía de los años ochenta “fue de una magnitud que muy difícilmente podrá ser superado”. El exfuncionario del Banco Central, en entrevista que brindó a El Nuevo Diario en 2019, manifestó que, pese al crecimiento económico de los últimos años, Nicaragua sigue atrasada con respecto a los otros países como consecuencia de lo que pasó en esa década.
“Eso condiciona totalmente el crecimiento futuro. Se destruyó mucho capital, mucha inversión por la guerra. Huyó mucho capital humano, por la inestabilidad política. Murió mucha juventud de uno y otro bando, porque es lo horroroso de la guerra. De manera que, al inicio de los noventa, las cicatrices que quedaban -sociales, políticas, económicas- eran muy profundas. No había empresarios. Yo recuerdo, cuando regresé, en mayo de 1990, esto era un cementerio. Aquí no había juventud. No se veía niñez. Solo se veían caras resignadas, como se veían antes en Hungría y Polonia. Poco a poco el país fue echando de nuevo raíces, pero como todos sabemos los tres gobiernos siguientes fueron muy débiles”, señaló Solís.
La crisis actual de Nicaragua y su incierta recuperación en el futuro
Según las cifras oficiales, la economía del país se contrajo en cuatro por ciento en el 2018 y siguió deteriorándose en 2019, cayendo en 3.9 por ciento, como consecuencia de la crisis sociopolítica.
Aunque el Banco Central del país brindó estos datos en su sitio web el pasado 1 de abril, la entidad maneja una política de ocultamiento de información que no permite conocer realmente cuál ha sido el impacto de la crisis sociopolítica.
Así que los datos oficiales son frecuentemente cuestionados por economistas independientes, los que además refieren que el gobierno profundiza la desconfianza de los inversionistas y la comunidad internacional en el país.
Pese a que diferentes voces refieren que la crisis económica solo se resolverá cuando se llegue a una solución definitiva de la crisis política del país, las expectativas al principio de año eran que el PIB este año solo se contraería alrededor del 1.1 por ciento, según la Fundación Nicaragüense para el Desarrollo Económico y Social (Funides). Sin embargo, apareció la pandemia del covid-19, que ha cambiado el panorama mundial y el de Nicaragua.
En su más reciente Informe de Coyuntura, de abril de 2020, Funides alertó que la economía nicaragüense podría contraerse entre 6.5 y 13.7 por ciento, teniendo en cuenta que esta será afectada tanto por factores externos, como internos, debido al coronavirus.
“Este resultado sugiere que la economía de Nicaragua experimentaría una nueva profundización en su recesión, al decrecer por tercer año consecutivo, dado un nuevo debilitamiento de las principales fuentes de crecimiento: exportaciones, remesas, inversión extranjera y turismo. La última vez que la actividad económica nicaragüense había caído a niveles similares o superiores a los estimados para 2020 fue en 1988, cuando se produjo una contracción de la actividad económica de 12.4 por ciento”, observa el informe de Funides.
Para el economista y catedrático universitario Luis Murillo, no es tan conveniente hacer una comparación entre la crisis económica de Nicaragua en los años ochenta y la crisis actual, porque los contextos son diferentes.
“En ese período todavía estábamos con la lucha ideológica entre el socialismo y el capitalismo. Nicaragua tenía el apoyo principalmente del socialismo, pero tenía un bloqueo por parte del capitalismo. Eso hizo –además del mal manejo por parte de los tomadores de decisión, quizás por la falta de experiencia o por falta de voluntad– llevar a una debacle de la economía, resultando una inflación de 33,000 por ciento”, explicó Murillo.
Pero en la actualidad, explica “se ha venido generando un contexto en el que se ha producido la recurrencia de algunas crisis. Por ejemplo, la crisis del 2007 a 2012, que ya había desparecido la lucha entre el socialismo y el capitalismo; la crisis interna de 2018; la crisis de la pandemia (coronavirus); y la crisis de la contracción de la economía a nivel internacional”, mencionó.
Este economista y catedrático no es muy optimista en cuanto a la recuperación económica del país.
“Yo diría que en este período vamos a estar peor que en la década de los años ochenta, porque en ese entonces, cuando se eliminaron los conflictos políticos, inmediatamente la economía comenzó su período de recuperación. Pero ahorita, todas las economías del mundo están entrando en recesión económica”, señaló.
Eso, en su opinión, significa que a Nicaragua le costará más acceder a recursos de cooperación. “Ahorita los únicos recursos a los que el país podría acceder son los de carácter humanitario, pero cuando se tiene una política, como la de este gobierno, de carácter irresponsable, ni siquiera a esos recursos se podrá acceder”, aseveró.
Además, el país tiene que resolver por completo la crisis sociopolítica para enviar un mensaje a la comunidad internacional y a los inversionistas.
“Los tomadores de decisión son los mismos, pero con más experiencia. Después de 40 años por lo menos se tuvo que haber adquirido algunos conocimientos. El problema fundamental es que éstos no han cambiado su discurso político, aunque sus actividades económicas sí han cambiado. En la actualidad, los mismos tomadores de decisión, que critican al capitalismo, se han posicionado en lugares estratégicos de las actividades económicas del país”, aseveró Murillo.
Según el economista, Nicaragua necesitó 28 años para recuperarse de la debacle económica de los años ochenta y ahora se podrían necesitar unas tres décadas más para volver a los niveles de antes de la crisis sociopolítica. Mientras tanto, el resto de países sigue avanzando.