En Nicaragua, una familia promedio de cinco personas para hacerle frente a la carestía de la vida, necesita al menos contar con un salario que supere los 10 mil córdobas.
“Tenemos una canasta básica cara, un indicador inalcanzable para mucha gente en el país”, señala un economista que habla bajo anonimato.
Hasta octubre de este año la canasta básica se ubicó en 19, 358.20 córdobas. Y en vísperas de una temporada cara como Navidad y Año Nuevo, lo más probable es que siga subiendo su costo.
“Al haber más circulante con el aguinaldo, empleos temporales, las cosas suben. Es inevitable. El problema que tenemos en el país es que las cosas suben pero no bajan. Entonces cada vez es más difícil para la clase trabajadora, el salario se deteriora cada mes”, crítica el experto.
El salario promedio actual llegaría a duras penas a la recomendación del economista y el mínimo estaría muy por debajo.
“Lastimosamente aquí la gente gana desde 6 a 8 mil córdobas. Hasta tres veces lo que puede costar la canasta básica, es imposible que el obrero o la trabajadora la compre, a eso hay que agregarse los pagos de servicios básicos, gastos de colegio para los niños, los imprevistos por enfermedad etcétera”, comentó el economista.
Salarios comprometidos
Johana laboró cerca de diez años para el Ministerio de Salud (Minsa). Su último pago llegó a los 7,500 córdobas y hacía de “tripas corazón” para que el salario cubriera su mes de gastos.
“Ya el salario lo debía. Para terminar el mes debía pedir prestado o fiar en la venta que a veces eso te salva, aunque la gente ya no quiere fiar, porque temen que deje uno el país sin pagar”, señala Johana.
“Cada mes, en vez de alegrarme por el paguito, mi vida se volvía un calvario; entre pagar los gastos de agua y luz, el arroz, frijoles y otros productos para comer en la casa. Al día siguiente se me iba todo el salario, es más, ni para la mejora alcanzaba”, contó.
Johana tiene 48 años, es madre soltera y el único sostén de la casa y de sus tres hijos, dos de ellos son adolescentes.
Carestía de la vida versus migración
Johana se cansó de vivir así y vivió meses de frustración personal. Como enfermera entendía que salvar vidas era una prioridad sobre las ganancias, pero entendía que los niños no esperan esa explicación si tienen hambre. “Vivimos con la soga al cuello y nadie hace o dice nada. Es un sistema que enferma”, admitió.
Tras las masacres del régimen que llegaron a significar el asesinato de 355 manifestantes, según los informes de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) y la pesadilla del Covid-19, dónde el personal médico se llevó días amargos, Johana pensó que en cuanto pudiera cambiaría de trabajo y renunció.
Todavía no le entregan su liquidación. “Me cansé de preguntar, no se si han decidido robarla o atrasarla es un castigo por renunciar”, criticó.
“No creo que haya un nica que en cada pago mensual, no sufra problemas de ansiedad y estrés. La verdad no da”, dice Johana.
Las jornadas laborales donde uno llega “para ganarse el pan de cada día” se convierten en un lugar de encierro.
Johana no pudo encontrar otro trabajo y migró. Estuvo primero en Costa Rica pero no logró mucho.
Meses después voló a Panamá y aunque sí logró un trabajo de ingresos regulares solo fue temporal. De modo que optó por viajar a España y se estableció en Sevilla, desde donde envía dinero para que a sus hijos nada les falte en casa.
Johana logra enviar un equivalente de 500 dólares cada mes para que a su madre a cargo de sus hijos, nada les falte. “Mi satisfacción es que estoy sacando adelante a mis hijos y ayudando a mi madre, sé que es duro, difícil, pero es lo que hay”, manifestó.
De enero a noviembre del 2022 Nicaragua recibió un total de US$3.224.9 millones en concepto de remesas, según el Banco Central.