Orlando Valenzuela / IP Nicaragua
Oscar Enrique Navarrete Aguilar (Managua, 51 años) en su libro En busca de los Geycos hace una narración retrospectiva sobre su vida como miembro de la Unidad de Audiovisuales del Ejército de Nicaragua, en la que documentó la guerra entre 1986 y 1990.
Con fotografías de su propia autoría, Navarrete nos lleva de la mano por uno de los capítulos más sangriento de la historia del país, y nos cuenta de sus misiones y operativos, pero sobre todo de los anhelos de aquellos jóvenes, sus temores, angustias, peligros, momentos de dolor, solidaridad, estoicismo, valentía y el nunca infaltable sarcasmo y humor negro con el que a veces reían para no llorar.
El libro es narrado en un lenguaje coloquial, de barrio, propio de aquellos jóvenes de los años ochenta que fueron a la guerra a defender la Revolución y que al volver se decepcionaron al ver que los principales dirigentes y jefes políticos se convirtieron en una copia de la misma burguesía que habían combatido.
Navarrete cuenta con su peculiar lenguaje la primera vez que subió a un helicóptero militar soviético MI-17 para cubrir como fotógrafo una misión militar en la zona de guerra, en el norte de Nicaragua.
“Fue tan rápido que sentí que me tragaba mis bolas por la garganta. Es decir, mis huevos estaban engrapados a mi pecho y sentía que iba a escupir el corazón. Tenía adrenalina de sobra, pero toda la vida he sufrido de vértigo, y por eso, mientras se escupía toda la artillería, yo vomitaba el desayuno balurde que nos habían dado. Nunca olvido ese día, ni cuando llegamos a la base con todo mundo ileso y haciendo chiles de que había dejado todo vomitado el helicóptero”, narra Navarrete Aguilar.
Sobrevivió a la caída de un helicóptero. Vio caer muertos a varios compañeros suyos y la masacre de niños contras durante un operativo. Era de la filosofía de los que “solo queríamos vivir rápido y morir joven”. Por eso la guerra para él nunca fue un impedimento para fornicar, fumar marihuana y beber vikingas (cervezas), que le servían de analgésicos durante aquellos tiempos difíciles.
Oscar Navarrete, habla con IP Nicaragua en esta entrevista tal como es.
¿Dónde y cuándo naciste?
Nací en Managua, en el antiguo Hospital del Seguro Social, el 2 de enero de 1969 y mi infancia la viví en el barrio Río Sol, por donde ahora es el auto lote El Chele.
¿Qué apodos te pusieron cuando eras chavalo?
En el barrio todos teníamos apodo. Para entonces yo era flaco, pesaba unas 90 libras, y usaba aquellos pantalones tubo que parecía bolillo, y mi cuñado me decía “te gusta andar socadito, verdad” y así me encajó, “el socado”. De esa generación, la mayoría murió en el servicio militar. Cuando me metí al Ejército, allí me encajaron Navax.
¿Qué oficio o carrera estudiaste?
No estudié ninguna carrera universitaria. Cuando me fui a la guerra estaba en segundo año de secundaria y cuando me hice militar permanente fui de los primeros alumnos de la Academia Militar en el 89. Allí saqué mi secundaria.
¿Cómo llegaste a Audiovisuales del Ejercito?
Llegué por la misma onda del Servicio Militar Patriótico.
¿Qué te enseñó la experiencia vivida durante la guerra?
Lo primordial, amar la vida y mucha disciplina. Eso me ayudó mucho en mi formación. Viví muchas cosas horribles en la guerra, pero normalmente se aprende mucho. La vida militar es dura, pero cuando un ejército está en guerra es el doble.
¿Lo que más detestabas cuando andabas en aquellas montañas?
Al principio era muy doloroso ver morir a mis compañeros, a mis amigos, a mis vecinos, gente que quería. Después la misma guerra te deshumaniza y para mí ya era normal vivir esas cosas, saber que ibas a morir y que iban a morir tus compañeros. Llegó un momento en que me había alejado totalmente de lo humano, pero a medida que iba terminando la guerra comprendí que estar deshumanizado no llevaba a nada. Me dolía ver que eran seres humanos, ya fueran contras o cachorros, en el fondo somos nicaragüenses y no tenemos por qué estarnos matando entre nosotros mismos.
¿Alguna vez pensaste que no saldrías vivo de la guerra?
Siempre he sido una persona religiosa y mi religión me decía que no tenía que perder la fe, que iba a salir vivo de esa guerra, pero mi yo humano me decía que era muy difícil que sobreviviera. Siempre viví no pensando en negativo, pero sí pensando que podía ser el último día de mi vida, entonces eso me llevó a una vida de exceso, mucha droga, muchas mujeres, mucho sexo, mucho guaro, mucho alcohol, porque dije yo “si me voy, me voy bien despachado al otro lado”. Era inmadurez de joven.
Cuenta una anécdota vivida con tus compañeros durante tu movilización.
Hay una que habla sobre salvarle la vida a un amigo, en este caso a Gustavo Blanco, que fue cuando por ir a salvarlo a él, que venía topado con la grabadora de la cámara de video, me expuse y nos quedamos perdidos. Gustavo casi lloraba. Me decía: “¿Qué hacemos, qué hacemos?” Me miraba como su salvador y donde vio que yo baje el seguro y monte el fusil del aka y le dije “bueno hermano, aquí vamos patria libre”, fue un momento en que casi nos ponemos a llorar los dos. Hubo silencio. Yo quería agarrar para otro lado, río arriba, río abajo. Estaba casi decidido a irme por un lugar. Además, esas eran tierras vírgenes. Al final, recuerdo que pedí mucha sabiduría al señor, esa indecisión me estaba matando, y me acordé que una compañía venía retrasada. Tal vez, si teníamos suerte, pasaban por el mismo sitio donde estábamos nosotros y así fue. Y nos encontramos y reímos. Gustavo me abrazo, nos abrazamos, reímos, casi lloramos de felicidad. Ese día fue como volver a nacer. Me sentía renacido. Imagínate, hoy por hoy, Gustavo no me habla. Me dejó de hablar solo porque yo soy azul y blanco.
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¿Por qué te gusta la fotografía?
La fotografía me gusta, quizás, desde la primera vez que de cipote toqué la cámara. Era una de aficionado que tenía mi papá. Era de formato pequeño. Creo que ya traía en la sangre eso de la fotografía, porque me gustaba mucho el dibujo y el dibujo y la pintura son parientes muy cercanos de la fotografía. Es lo mismo que dibujar, pero con la luz y una cámara fotográfica.
¿Cómo te metiste a fotógrafo?
Me metí a fotógrafo por la JS, en Barricada. Allí me quedé en ese rollo, aprendí, asimilé rápido. Tuve buenos profesores, no me quejo, gente de muy buena calidad. En ese entonces era la mejor escuela para periodistas y fotógrafos en el país.
¿Qué piensas de la guerra?
Pienso que la guerra es lo más cruel que nos puede pasar como seres humanos. Nadie la quiere. A los que no la han vivido, no se las deseo. La guerra lo único que trae es dolor, mucho dolor a la familia, creo que es lo más estúpido.
¿Qué es lo que más añorabas de la vida civil que tenías antes de ser movilizado con el ejército?
Lo que más añoraba era mi libertad y lo digo de una forma metafórica, porque cuando sos militar y sos militar de un ejército que está en guerra se te restringen muchas cosas. Se te privan de muchas cosas y yo era un chavalo, me gustaban las fiestas, los bacanales, tenía novia y más de una vez me pasó que estaba en un bacanal y allí afuera tenía el was: “¡Alístate, que vamos! ¿Qué onda? ¡Plan de aviso!” Tal vez eran las diez de la noche y ya a las cinco de la mañana estábamos metidos en la selva.
¿Cuál es la mayor locura que has hecho en tu vida?
Creo que ha sido meterme al fotoperiodismo, porque el fotoperiodismo me ha llevado a conocer muchas partes del mundo y de Nicaragua. Conozco de punta a punta mi país, pero he convivido con el peligro: guerra civil con los contras, asonadas en los noventa y dos mil, la rebelión de abril 2018, fenómenos climáticos, terremotos, huracanes, maremotos. En todo eso he estado presente. Creo que es mi responsabilidad y siento una necesidad de estar allí, porque me gusta vivir cada momento de la historia. No quiero contar la historia, porque me la contó otro fulano, sino porque quiero estar en el lugar de los hechos para contar la historia y qué mejor manera de contarla con imágenes.
¿Qué piensas ahora del discurso que te daban de que todo el sacrificio de la juventud era para defender la revolución?
Recuerdo aquella consigna que decía “sin una juventud dispuesta al sacrificio, no hay revolución”. Esa es la peor farsa que existía. De hecho, yo pertenecí a la dirección política del EPS y de allí era donde salía el atol que se le daban con el dedo a los chavalos, y no solo a los chavalos, sino que era cuestión de adoctrinar a todo mundo, a toda una nación, a todo un ejército, a toda una sociedad. Y sí, me parece una gran farsa. Estoy contando una historia de cuando era un joven, cuando yo pensaba de esa forma y creía en eso. Hoy por hoy no creo en eso, ni mandaría a mis hijos a morir en una guerra, que ni tiene que ver con ellos. Si es una guerra, que la resuelvan entre ellos, el problema es que mientras unos hacíamos la revolución, otros vivían de la revolución; mientras los jóvenes estaban muriendo en la montaña, los grandes dirigentes, comandantes de la dirección nacional, todo aquello que combatían, que era la burguesía, luego ellos vinieron a ostentar todas esas cosas, bienes materiales, lujos, ellos lo hicieron, usaron sus vehículos, sus casas, su manera de vivir, su estilo de vida, su wiski, sus comidas, sus fiestas ¿Entonces?
Solo era “quítate tú, para ponerme yo”, y nosotros, los peones, los soldados, los que siempre van a una guerra, siempre son los que van a pagar las consecuencias.
Al final, miles de jóvenes murieron por la Revolución, pero muchos de los vicios del somocismo se repiten ahora, ¿Crees que la guerra valió la pena?
Los vicios del somocismo se repitieron desde que triunfó la Revolución. Lo que pasa es que los jóvenes de esa época no lo quisimos ver, o nos tenían bien profilácteados. Lo primero que hicieron cuando estos señores llegaron al poder fue copiar al somocismo, llevaban una vida cómoda, muy lujosa, hablaban de ir a la guerra, pero ellos no iban a la guerra, porque supuestamente ellos ya habían ido a la guerra, algunos pues si tuvieron un mérito en la guerra de liberación contra la dictadura somocista, pero hubo mucha corrupción.
Se dice que muchos de los paramilitares que reprimieron las manifestaciones de abril 2018 eran exmilitares ¿Tienes conocimiento que algún excompañero tuyo haya participado y qué opinas de eso?
Conocí a un “broder” que anduvo en la operación limpieza en Jinotepe y lo persignaron a balazos y lo peor es que estuvo meses tratando de recuperarse. Que se recuperaba, no se recuperaba, porque ya él de por sí era lisiado de guerra. Cuando anduvo en el BLI Simón Bolívar lo habían herido con un galil y él había quedado renco, falseaba de una pierna y allí su fanatismo pudo más, y al final de tanto tiempo de agonía, de batallar por su vida, murió en enero de 2019.
Conocí otros amigos que también anduvieron. Eso es repudiable, además de un acto de cobardía. En la guerra de los ochenta, los cachorros se enfrentaban con los contras y todo mundo andaba armado hasta los dientes. Era una guerra sin cuartel, pero en este caso no estoy de acuerdo con lo que hicieron, porque no fue ni la solución más pacífica, ni la solución más humana, ni la más civilizada.
¿Cómo nació la idea del libro?
La verdad es que desde hace rato quería contar la historia de Gustavo Blanco en Facebook. Escribir algo breve. Siempre estaba con esa onda, esa inquietud de escribir, pero mis hijos, sobre todo los menores me han preguntado sobre mi vida de fotoperiodista en esa etapa de los años 80. Entonces fue mi hija Osyara, la menor de mis hijas mujeres, siempre me dijo que escribiera: “papá, escribí tu memoria, porque después te vas a envejecer más y todo se te va a olvidar”, pero gracias a Dios tengo una memoria fotográfica, fechas, lugares… los logro retener. Entonces dije, “bueno, la verdad que sí, voy a empezar y así empezó la idea”.
¿Cuáles fueron las dificultades que enfrentaste para la elaboración de esta obra?
Dificultades no he tenido ninguna. Solo es apelar a mis recuerdos, que los manejo intactos. La idea del libro simplemente es abstraerse al tiempo. Hacer un viaje al pasado. Eso es todo, y claro, tengo como terapia escuchar música de la época. Me voy a YouTube, pongo música disco de los años 80, la música que estaba de moda en esos momentos, y automáticamente viajo y me ubico en tiempo y espacio y comienzo a escribir.
¿Llevabas alguna bitácora o libro de notas con la que ahora te apoyas para escribir sobre aquella experiencia?
Nunca lleve ninguna bitácora. Solamente en el Danto 88, una mi novia que tenía me había regalado una agenda perpetua forrada de cuero, me la llevé y empecé a escribir. Tengo una buena memoria, sí, me acuerdo perfectamente como que fuera ayer, día, hora, lugar, aroma, te puedo decir hasta el tema de canción que estaba.
¿En este libro se dice que vienen otros capítulos, de qué tratan y si lo piensas imprimir?
Son cuatro libros que hablan de toda mi experiencia como fotógrafo de guerra, sobre los operativos Inter Armas, Danto 88 y otros, durante la guerra. El cuarto va a ser el más interesante, porque es la génesis. Arranco con el 19 de julio, cuando mi mamá me llevó a la carretera a Masaya, donde estaban entrando las columnas guerrilleras y al día siguiente fui a la plaza de la revolución. Doy gracias al señor y a Dios por haber estado presente en los lugares más icónicos de la historia contemporánea de Nicaragua. La idea es que una vez que estén concluidos los libros, o hacemos cuatro libritos, o los juntamos todos en uno solo, impreso, donde vaya lo bueno de todo lo que cuento.
Foto de portada: cortesía Oscar Navarrete.