¿Cómo terminó Somoza Debayle, el dictador anterior a Ortega?

Redacción central

“El cadáver desfigurado de Somoza fue llevado a la Comisaría Central y arrojado al suelo. ¡Cómo el de Rigoberto López Pérez en el Comando de León! El cuerpo estaba tan horriblemente mutilado que cuando los forenses debieron darle vuelta para completar su reconocimiento, tuvieron asco y repulsión y no se les ocurrió otra cosa que hacerlo con los pies”. El relato es del exfiscal militar, teniente de la Guarda Nacional Agustín Torres Lazo, y aparece en el libro La Saga de los Somoza.

Así terminó, en Asunción, Paraguay, el dictador Anastasio Somoza Debayle, anterior al nuevo dictador de Nicaragua Daniel Ortega. El hecho ocurrió cuando había pasado más de un año del triunfo de la Revolución Popular Sandinista, el 19 de julio de 1979.

La foto histórica de 1979, recién el triunfo de la revolución sandinista.

El dictador nicaragüense se había asilado en Paraguay, pero de acuerdo con el relato de Torres Lazo se vio involucrado en diferentes problemas en el país sudamericano y terminó cansando al también dictador que lo había asilado, el general Alfredo Stroessner, quien activó toda su maquinaria para terminar con él.

Cuenta el autor del libro La Saga de los Somoza que Tachito llegó a Asunción, acompañado de concubina Dinorah Sampson, su hijo Anastasio (conocido como Chigüin) y su hermano José. Se alojaron en una amplia casa, la más hermosa y elegante de la ciudad, a pocas cuadras de la residencia presidencial de Stroessner.

Siempre en problemas

Los Somoza, según Torres Lazo, nunca dejaron de meterse en problemas en aquel país. Primero cuenta la historia del Chigüin, quien, en un baile, en el que estaba lo más distinguido de la sociedad, envía un mensaje con uno de sus guardaespaldas a la hija de un general paraguayo proponiéndole que se vieran en su automóvil.

El “enamoradizo Chigüin” fue sacado “a empellones” y “al día siguiente conminado a abandonar el país en un plazo de 24 horas”.

Posteriormente, Anastasio Somoza Debayle se involucró sentimentalmente con la amante del yerno del presidente y dictador Stroessner, y se vio envuelto en otra serie de problemas.

Los Somoza nunca dejaron de meterse en problemas.

Cierta vez, cuenta Torres Lazo, se negó a pagar los servicios de un abogado local, por considerar el monto excesivo, hasta que el propio Stroessner intervino. Además, compró por debajo de la mesa tierras que pertenecían a una entidad estatal y debían ser vendidas a colonizadores necesitados.

Sin embargo, lo que rebalsó la paciencia de los paraguayos fue que la amante de Tachito decidió meterse en negocios en los que sólo una camarilla privilegiada de aquel país podía participar, el contrabando de televisores a color.

La situación llegaría al límite y el dictador paraguayo decidió “poner en marcha una vez más su infernal maquinaria represiva”, dice Torres Lazo, esa vez sin sacrificar a ninguno de sus conciudadanos. La policía secreta de Stroessner se puso manos a la obra y contrató a un grupo de montoneros argentinos para acabar con el dictador nicaragüense.

El plan

Somoza se había trasladado a una casa amurallada en otra avenida. Cerca estaba una casa que acababa de desocupar un funcionario del Banco Mundial, cuenta Torres Lazo. Los mercenarios alquilaron la vivienda y dijeron a la propietaria de la misma que más adelante se alojaría ahí Julio Iglesias, pidiéndole guardara el secreto.

Así quedó el carro de Somoza.

“Durante varias semanas los asesinos acechan a su víctima hasta que, seguros de no fallar, bloquean el automóvil de Somoza frente a la casa misma donde se ocultaban y le ametrallan, culminando el atentado, ya innecesariamente, con un disparo de bazooka. Los montoneros huyen impunemente por las calles de Asunción y atraviesan el río Parana que les lleva a territorio argentino. Una hazaña imposible de realizar, al igual que la introducción de armas y el ocultamiento de la casa por varias semanas, en un país donde dos de cada tres personas, eran informantes registrados de las temibles fuerzas policiales de Sabino Montanaro (ministro del Interior) y Pastor Coronel (jefe de la Policía Secreta)”, relató el exfiscal militar.

La imagen del carro de Somoza, un Mercedes Benz lujoso, destrozado, dio la vuelta al mundo.

La noticia, según el sitio web abc.com.py, tuvo repercusión internacional por la muerte del dictador y porque la policía paraguaya había sido burlada. «Stroessner inició luego una persecución de extranjeros con el argumento de que tenían que cazar a los autores del hecho», cuenta ese sitio web.

Los sandinistas no lo mataron

Según el autor del libro, en Paraguay el suceso se conoció como “el somozazo”.

“Era el pretexto que Stroessner había buscado para que el país retomara conciencia de la realidad de su dictadura”, cuenta Torres Lazo.

“Miles de ciudadanos fueron encarcelados, las sedes de los partidos políticos de oposición clausuradas, los periódicos y las radiodifusoras censurados y el hombre común de la calle, un mes después de muerto Somoza, circulaba todavía con su cédula de identidad en la mano, porque a un hombre que había tardado mucho tiempo en revisar sus bolsillos para encontrarla cuando se la pidieron, le habían matado al frente mismo de su casa. Las noches de Asunción, cálidas y hermosas, con las guaranias dando saltos por las calles aromadas de naranjo, y el arpa sonando sus cantos de amor en cada esquina, tristemente desaparecieron por mucho tiempo”, narra.

Torres Lazo afirma que no tuvieron absolutamente nada que ver con la muerte de Somoza.

“En Nicaragua, al conocerse la noticia del asesinato, los sandinistas hicieron sonar a vuelo las campanas de todas las iglesias del país. La muerte del expresidente se celebró como si hubiese sido un triunfo de ellos mismos, cuando en verdad no tuvieron absolutamente nada que ver con ella. Jamás nadie en el gobierno nacional de entonces o en las estructuras del movimiento sandinista reivindicó el asesinato de Somoza Debayle, como tampoco nadie negó el haberlo promovido”.

Facebook
Twitter
LinkedIn
Email