* Con 23 años y sin experiencia en cobertura de hechos violentos, como los que se vivieron en ese momento, Velásquez escuchó el silbido de las balas, que produjeron las muertes de cientos de personas.
Orlando Valenzuela / IP Nicaragua
Uriel Velásquez fue uno de los periodistas jóvenes que no quiso ver por la televisión lo que estaba pasando en las calles y salió a jugarse el pellejo durante las protestas ciudadanas de abril de 2018, que fueron reprimidas por la dictadura Ortega-Murillo.
Un policía le apuntó con su fusil AK-47 cerca de la Universidad Centroamericana.
Otro día le explotó cerca de la cabeza una bomba aturdidora, lanzada por la policía en Sébaco, y después fue golpeado, asaltado y amenazado por más de 200 fanáticos del régimen durante el ataque frontal contra los obispos en Diriamba.
Fueron días de muchos estrés y peligro para ejercer la profesión de informar a la población de lo que estaba pasando en el país, a tal punto que sentía que en cada paso que daba, alguien lo seguía y vigilaba.
Velázquez fue uno de los periodistas de El Nuevo Diario que se dedicó a la cobertura de la crisis sociopolítica en diferentes zonas del país.
Desde España, donde ejerce su profesión de periodista desde la plataforma digital Despacho 505, y ahora con 25 años, recuerda para los lectores de IP Nicaragua sus vivencias periodísticas.
¿Por qué estudiaste periodismo y no otra profesión?
Honestamente, es una pregunta que yo todavía me la hago, pero creo que tiene que ver con mis aptitudes. Desde chiquito me ponía a conducir los eventos del colegio, toda la vida he leído el periódico, no me perdía los noticieros. Cuando era el Canal 2 de verdad, yo miraba y me ponía frente al espejo y decía mi nombre como si estuviera cerrando una noticia. Después me di cuenta que la televisión no me gustaba, me gustaba más escribir. Yo me veía más en la calle, hablando con la gente y por eso me metí a estudiar periodismo
¿El Nuevo Diario fue tu primera experiencia laboral o ya habías trabajado antes en otro lado?
Esa fue mi primera experiencia. Yo había escrito en páginas universitarias y había estado en la radio en Jinotepe (en Carazo), pero fue una cosa muy rápida, muy esporádica, y de la universidad pasé directo al periódico.
¿En el periódico, cuáles fueron tus primeras coberturas?
Me acuerdo que cuando entré como pasante, solo había espacio en la sección Fama y el suplemento Weekend, que era sobre espectáculos y cultura. Esas fueron mis primeras coberturas. Recuerdo que yo lo acepté (porque) yo lo que quería era entrar, y luego me dijeron que era por tres meses, y mes y medio después de estar en Fama, yo pedí plaza en nacionales. Y luego allí me quedé, en la sección de Nacionales, no terminé los tres meses en Fama y antes de terminar mi pasantía, el periódico me dio un a contrato.
¿Cuál fue tu primera misión durante los sucesos de abril del 2018?
Mi primera cobertura fue el día 19 de abril, que fui a la Upoli, a la UNI y luego fui a Camino de Oriente (Managua).
Recuerdo que el día anterior yo quería ir a cubrir Camino de Oriente. Ese día yo le dije a la editora, “¡Yo voy!, ¡yo voy!”, pero no me dejó ir porque tenía que terminar otras cosas. No sé si era un Tema del Día (así se llamaba una sección del periódico), o algo así. Ese día no fui a Camino de Oriente, pero sí fui en la noche a la UCA por mi cuenta.
Cuando vi en la pantalla que está el alboroto, las noticias y vi que estaban convocando a los estudiantes a la UCA, fui, claro, desde un inicio. “¡Yo no me quiero quedar aquí viendo las protestas desde la pantalla! ¡Yo quiero ir a la calle!” “¿Cómo que no te da miedo, eh?”, me dijo mi exjefa. “¡No, no me da miedo, yo quiero ir, yo quiero vivirlo!”, contesté. Y a partir de ese momento yo creo que pasé más días en la calle que el ratito que me mantenía en la redacción, solo llegaba para comer o para escribir.
¿Si no fuiste en misión de trabajo, que fuiste a hacer a la UCA el 18 en la noche?
Yo fui como ciudadano. Allí ya estaba el alboroto, los de la JS (Juventud Sandinista) estaban tirando piedras al portón de la universidad y se armó el despelote, tirándose los de dos lados. Yo no hallé como ponerme a salvo, porque estaba del lado de donde están los vendedores, afuera. Me quise meter a la UCA, porque no quería quedar con los de la JS, pero al final me tuve que hacer pasar como uno de ellos. Así, medio encubierto para que no me hicieran nada, pude salir y después me fui a mi casa.
¿En qué momento percibiste que la represión empezó a hacerse tan dura que sentiste peligro para tu vida?
Fue el 20 de abril en la UNI, cuando la policía llegó a disparar a los portones de la universidad. Yo andaba allí. Disparaban a todo. Los periodistas siempre nos mantuvimos en grupo, pero hubo un momento que me separé del grupo y me fui corriendo por los bares que están detrás de la UNI, por las fotocopiadoras y cuando estaba buscando cómo regresarme al lado de los portones de la UCA, me salió un policía y me apuntó con el rifle. Me amenazó y me preguntó qué andaba haciendo, me apuntó y creyó que yo era un estudiante, pero yo le grite ¡Soy periodista! ¡No me dispare! Saqué mi carnet y me dijo, ¡Circule!, ¡Circule!, ¡Que está impidiendo el trabajo policial!, y allí fue cuando yo dije “Aquí hay que andar con más cuidado”.
¿En algún momento escuchaste de cerca los silbidos de las balas?
Claro. Me acuerdo perfectamente y fue justamente ese día en la UNI, luego también en la cobertura que hice en Sébaco, Matagalpa, donde quedamos en medio, entre la policía y los manifestantes, filmando cuando la policía le estaba tirando balas a los chavalos y los chavalos tirando piedras. Me acuerdo que estuvimos con la periodista Leonor Álvarez, de La Prensa. Allí estuvimos viendo pasar balas y veíamos como los policías tiraban también bombas aturdidoras. A mí me explotó una casi en la oreja y me dejó dundo allí. Y también recuerdo la cobertura de la marcha del 22 de septiembre, que yo me tuve que tirar a un cauce. Andaba con el fotorreportero Óscar Sánchez y filmamos a los paramilitares sacando sus pistolas y tirando balas libremente, y tuvimos que tirarnos a ese cauce para que no nos dieran. En otro momento tuve que ponerme debajo de un carro. También estuve en Masaya durante la represión de Monimbó, también allí viendo disparar y detrás de las barricadas, escapando de policías y paramilitares.
¿Conociste de la muerte de algún amigo tuyo, compañero de clases o conocido?
De Jinotepe conocí un caso, porque en el pueblo toda la gente se conoce, pero no era una persona muy cercana. De mi familia, gracias Dios ninguno. De presos, sí conocí varios casos.
¿Cuál fue el momento en que sentiste que el miedo te paralizo?
Eso pasó en Diriamba, donde nos golpearon, nos robaron y nos amenazaron. Yo miraba cómo le daban golpes al pobre Jackson Orozco, periodista de 100% Noticias, luego le daban a los obispos y yo allí, al lado de los obispos. Y luego fue ya frontal, directo, las turbas pegando. En Diriamba no había quién nos defendiera, estábamos los periodistas y los tres o cuatro obispos rodeados de 200 o 300 personas pegándote, diciéndote un montón de cosas. Yo solamente quería entrar a la iglesia, porque comenzaron a pegarnos desde afuera, yo solo quería entrar para ponerme a salvo, allí un paramilitar me agarró mi cédula, mi carnet, la billetera y me dijo: “¡Ya te tenemos!”. Allí ya me dio más miedo.
Luego, cuando pudimos entrar, también volvieron a entrar ellos y para salir fue todavía más tenebroso, porque tenías allí frente a frente a un montón de hombres armados y encapuchados, y con lentes negros, que no les ves nada, dispuestos a fregarte, y vos nada. Solo querías salir de allí. Yo creo que de todas las coberturas que hice, esa de Diriamba fue la que más me dio miedo.
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¿Alguna vez, durante toda esta etapa lloraste de impotencia, de arrechura?
Llorar, llorar, sí, pero gracias a Dios no fue algo que yo fui a cubrir. Fue cuando salió la noticia de que quemaron a la familia del barrio Carlos Marx. Ya había visto tantas cosas, que tenés que pensar con cabeza fría, documentar, escribir, porque yo siempre, cuando estaba en las coberturas, más allá de la represión y del miedo que podía sentir, que es normal, yo me concentraba en agarrar mi libreta y apuntar, apuntar, yo decía, ver, escuchar, sentir, describir, porque eso me iba a servir para mi texto.
Entonces, amparándome en esa técnica, vi tantas cosas que después ya simplemente decía, bueno, de alguna manera llegué a normalizarlo, cuando no era normal, pero llorar, cuando vimos lo de la familia del Carlos Marx. Me daba sobre todo mucha arrechura cuando lográbamos hablar con funcionarios del gobierno, ya sea en el dialogo, porque también cubrí el dialogo nacional y cuando llegaban a negarlo todo. Pero cuando miramos a Daniel Ortega en el diálogo echarle la culpa a los chavalos, a la gente que estaba protestando y verlo pasar al lado mío, buscar como entrevistarlo, más allá que si quererle hacer una pregunta a ellos o al canciller, yo sentía las ganas de gritarle un montón de cosas, como persona, porque no era desde ningún punto de vista correcto lo que estaban haciendo, pero luego me pensé como me iba a ver yo, porque ese no era mi papel, de tomar una posición personal, sino que traté de mantenerme lo más profesional posible. Pero sí me dio cólera ver cómo llegaban a mentir descaradamente y te daban ganas hasta de no sé, hacer cualquier cosa allí, pero bueno, era lo que había.
¿Cómo valoras esa experiencia vivida en Nicaragua?
Desde el punto de vista profesional, una experiencia bastante enriquecedora, porque va a quedar para la historia, y saber que vos estabas allí contando la historia, de que de aquí a cuarenta años los chavalos quieran consultar o ver qué pasó, probablemente algunos vayan a ver lo que escribiste vos, los videos que filmaste, las transmisiones en vivo que hiciste.
Desde el punto de vista profesional es algo que un buen periodista querría vivir; desde el punto de vista personal, social, es una experiencia traumática, una experiencia dolorosa, que no quisiera que se volviera a repetir; que nos ha cambiado la vida a todos de alguna manera, porque el país se vino abajo, no solo económicamente, sino también socialmente; porque vemos familias divididas, mucha polarización; y una experiencia que en lo personal también me cambio: la cotidianidad, la forma de vida, todos mis amigos, la mayoría se fueron del país, todo estuvo cerrado, no había seguridad, te daba miedo salir a las calles. Yo cuando iba para el periódico o andaba en las calles, o cuando no estaba de turno, yo siempre andaba volviendo a ver a todos lados y cada 10 pasos volvía a ver para atrás, a ver si nadie me venía siguiendo. Fueron unos meses muy negros, muy oscuros, para la historia y para toda la generación que lo vivimos.
Ya te habías ido a España ¿Cómo recibiste la noticia del cierre de El Nuevo Diario?
Fue una noticia bastante triste. Cualquier espacio que se cierre es triste, porque es una oportunidad menos para que los periodistas hagan su trabajo, para contar la historia. También pierde la democracia, pierde la libertad de prensa, pero te toca un poco más cuando vos estuviste allí, cuando vos viviste allí y conociste allí a un montón de gente, creciste y aprendiste. Fue un día bastante triste. Yo me puse a recordar las coberturas que hice, las portadas, cuando salía tu nombre en la portada, cuando en los turnos llegabas allí a las nueve de la mañana, pero no sabías cuándo ibas a salir, porque muchas horas, muchos días fueron así, y todavía fue más triste cuando vimos que votaron el edificio, hace poco. Es como que se cierra un capítulo bonito de tu vida profesional que sí, lo que te hace sentir es impotencia, tristeza, pero también gratitud porque como digo, para mí El Nuevo Diario fue, dentro de lo que cabe, una escuela.