* El grano de oro caraceño ha luchado durante los últimos cuarenta años con diferentes tipos de adversidades. Una de ellas fue la destrucción de miles de manzanas de bosques que le proporcionaban la sombra y material orgánico necesarios a las plantas para obtener una bebida sabrosa.
Manuel Bejarano / IP Nicaragua
La situación del café de Carazo podría compararse con la de un boxeador que alcanzó fama mundial, pero que a través de los años comenzó a sumar derrota tras derrota. Por más que este desea enderezar su virtuosa carrera, no tiene las fuerzas de otros tiempos y lo único que ve claro es su retirada. No obstante, se aferra a no hacerlo, saca a relucir sus cinturones obtenidos y vuelve a creer que aún no es tiempo de darse por vencido. Esta analogía la veremos en las líneas que siguen sobre el grano de oro caraceño.
Carazo era una zona eminentemente cafetalera
El clima y el café eran parte del orgullo de los caraceños.
Según los historiadores, el café fue introducido por primera en Nicaragua, a mediados del siglo XIX, en este departamento. La zona del Pacífico Sur del país tenía la infraestructura necesaria para la producción y comercialización del grano, así como los suelos y la vegetación óptima, de modo que se fue extendiendo hacia Managua, Masaya y Granada.
En el documento “Tecnología y Desarrollo del Sector Cafetalero en Nicaragua”, elaborado por el economista holandés Harry Clemens, y el economista salvadoreño Jorge Simán, señalan que en 1950 las exportaciones de café representaban el 51 por ciento de las exportaciones totales del país.
Para el experimentado caficultor caraceño Aldo Rappaccioli, “por el café vino el ferrocarril y se crearon bancos en este departamento. El café fue primero que el algodón. El café levantó toda la economía del país. Y las aldeas, como Diriamba, y todos estos pueblos de Carazo se convirtieron en ciudad por el impulso del café”.
Carlos Useda, presidente de la Unión Nacional de Agricultores y Ganaderos (UNAG), en Carazo, afirma que la zona cafetalera comprendía una buena parte del Pacífico Sur del país. Esta empezaba en El Crucero (municipio de Managua), pasaba por Carazo y se extendía a Masatepe (municipio de Masaya), hasta una parte de Granada.
Según Useda, en Carazo se encontraba la mayor parte de las grandes haciendas cafetaleras, y el departamento funcionaba como un centro de operaciones, ya que era el único que tenía 36 beneficios de café. Así que la cosecha de los otros departamentos se procesaba también en los beneficios caraceños.
Cuando Carazo era reconocido por su café, la mayor parte de la producción estaba en manos de grandes cafetaleros. Los pobladores con más años en la zona recuerdan las extensas haciendas y mencionan con orgullo sus nombres, donde vivieron muchas de sus experiencias: San Dionisio, Santa Rosa, La Amistad, San Marquitos, Míster Bon, Santa Elvira, Santa Margarita, Las Primaveras, Las Carolinas, San Francisco, La Esperanza, Las Marías, El Asilo, La Sicaya, La Sicayita, Las Rosas, Las Mercedes, San Pedro, El Paraíso, San Rafael, La Auxiliadora, San Ignacio, La Reforma, La Fraternidad, El Carmen, El Carmito, San José de Coronel, San José de Baltodano, El Rosal, Piquín Guerrero, entre otras. Y muchos de estos nombres se repetían.
Solo en el triángulo de oro (como se le llamaba a la zona cafetalera ubicada entre los municipios de San Marcos, Diriamba, Dolores y Jinotepe) había 98 haciendas cafetaleras y eran aproximadamente 3,500 manzanas de café, recuerda Useda.
Según el representante de la UNAG en Carazo, el café era la única actividad económica que generaba mano de obra en el departamento.
“El café no era solo un rubro agrícola, sino que era una agroindustria, porque estaba acompañado de los beneficios, y ahí se generaba mucha mano de obra. Había beneficio seco y beneficio húmedo. Entonces, había necesidad de mano de obra en el mantenimiento de los cafetales, todo el año; en la recolección del café, en la que se ocupaba miles de brazos (como se les decía a los cortadores del grano); y en los beneficios, que eran rústicos, pero necesitaban mano de obra. Muchas mujeres trabajaban en el escogido de café por varios meses. Eran miles”, sostiene el líder de la UNAG.
Facto Márquez y Heriberto Márquez, originarios de San Marcos, dan fe de lo dicho anteriormente por Useda, porque ambos trabajaron en distintas aristas del sector cafetalero. El primero trabajó casi toda su vida en las haciendas, mientras que el segundo fue jefe de varios beneficios.
“La vida era alegre, con el café. No perecíamos de trabajo. Había varias haciendas cafetaleras. Las Carolinas. La Auxiliadora. San Dionisio. La Amistad. Míster Bon. Ahí todavía hay una parte de café, pero no es equivalente a lo que había antes. Echar 4,000 personas (a trabajar ahí) era como echar 200 (en la temporada de corte). Ahora con costo echan cien. Eran haciendas respetables”, recordó Facto Márquez.
Para Heriberto Márquez, hablar del café de Carazo de aquella época era como hablar del café de Jinotega en la actualidad. Lo dice porque trabajó en varios beneficios caraceños, y posteriormente, en los años ochenta, se trasladó al norte del país, donde conoció la caficultura de esa zona.
“Yo trabajé en varias partes. Estuve en el Santiago (que era uno de los principales beneficios de Jinotepe), en Santa Elvira, en la Sicaya y Alejandría (que eran haciendas cafetaleras de San Marcos). Nosotros trabajábamos con cuatro o cinco secadoras y había como 60 hombres trabajando ahí. Y en el escogido estaban las mujeres”.
Márquez, desde un taburete de madera en el que está sentado, habla sobre el procesamiento del café como si lo estuviera haciendo en el momento. Narra todo, desde que el grano llegaba maduro y recién cortado al beneficio, hasta que era transportado en furgones al puerto de San Juan del Sur.
- Leer más: ¿Por qué los inversionistas valoran a Nicaragua como país con mano de obra barata y a Costa Rica no?
“Cuando el café estaba seco, se llevaba al trillo y de ahí salía el café oro. Pasaba por un clasificador automático, que clasificaba en primera, segunda y tercera categoría al café. De ahí se empacaba en sacos. El peso tenía que ser de 102 libras, porque se tomaba en cuenta el peso del saco. Cuando el café estaba procesado, se llevaba al proceso de escogido. Era una banda, en la que trabajan entre 60 y 80 mujeres. Se ubicaban entre 30 y 40 a cada lado de la banda. Cuando el café estaba escogido se llevaba de nuevo a pesar, lo sellaban y le ponían todas las indicaciones, incluyendo de dónde procedía ese grano, cuenta Márquez.
Los beneficios de café, como las inmensas áreas cafetaleras, no pasaban inadvertidos en el departamento de Carazo. Todos los días brindaban la hora a las seis en punto de la mañana, las doce del mediodía y las seis de la tarde. “Es que las máquinas eran de vapor y este se acumulaba en las chimeneas. Un operario se encargaba de jalar un mecate que lo liberaba y dejaba salir un sonido que se extendía varios kilómetros. Era una tradición de los beneficios. El operario estaba con el reloj en la mano, atento a jalar el mecate y la gente se dirigía por el pito de la máquina”, rememora el caraceño. Pero un día el reloj se detuvo…
“A los beneficios llegaban los furgones a cargar 300 sacos de café y salían volados a San Juan del Sur. Ahí había unos grandes bodegones. Yo fui varias veces y vi las grandes filas de furgones”, rememoró Heriberto Márquez.
El desastre ambiental y sentencia a muerte del café
El café de Carazo ya tiene varios años que no levanta cabeza. Las haciendas ya no son las mismas. Los beneficios y cortadores se van extinguiendo. Pero, aunque muchos atribuyen la crisis del café caraceño a los problemas que se han acumulado en los últimos años, como la caída del precio, el aumento de los precios de los insumos agrícolas, el cambio climático, entre otros, los caficultores y dirigentes gremiales no olvidan los errores que se cometieron desde el principio de la década del ochenta y han llevado a la caída del rojito de la zona cafetalera del Pacífico Sur.
“Las áreas de café se han deteriorado por un mal manejo”, dice el representante de la UNAG.
Entre los grandes errores que se cometieron se encuentra la llamada Comisión Nacional de Renovación del Café, conocida como Plan Conarca o Programa de Conarca, que tenía su sede en San Marcos, y fue una de las primeras decisiones tomadas por el Gobierno Sandinista.
“El café nuestro se cultiva a una altura de más o menos 500 metros sobre el nivel del mar. Es decir, el café nuestro no es café de altura y necesita de una cobertura montañosa. Pero hubo aquí un par de programas, conocidos como Conarca y el Programa de la Roya (a finales de los 70), y con estos se quitó mucha sombra al café. Las variedades que había en el momento no resistieron y ese fue un factor que fue deteriorando las fincas”, explicó Useda.
“Ese fue el crimen ecológico más grande en la historia de Nicaragua. Se volaron 14,500 manzanas de bosques. Y Carazo, que producía casi medio millón de quintales de un excelente café, se vino al suelo. Eran entre 450,000 y 480,000 quintales. ¿Qué fue lo que hizo Conarca? Hicieron nuevas plantaciones para renovar el café, se deforestó y cambió el clima completamente. En Carazo, cuando todo mundo andaba con chaqueta en las tardes, porque el clima era frío, dos años después de los despales querías andar sin camisa. Unos bosques increíbles, naturales, que había aquí, fueron destruidos”, lamenta el productor Aldo Rappaccioli.
La creación de esa comisión fue aprobada por la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional el 11 de febrero de 1980.
“El gobierno del FSLN encontró una enorme cantidad de cafetales con más de 30 años que resultaban ser un pesado fardo para que la productividad alzara vuelo. Situada en ese escenario y animada por la prioritaria consigna de levantar la producción, tras escasos siete meses del triunfo de la revolución, la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional creó la Comisión Nacional de Renovación del Café (Conarca), domiciliada en la ciudad de San Marcos, Carazo. La producción era una prioridad y el Estado debía promoverla activa y directamente”, refiere el sociólogo e investigador José Luis Rocha, en un documento titulado “La década de los años 80: Revolución en Nicaragua, Revolución en la Caficultura Nicaragüense”, publicado por la Universidad de Costa Rica.
El programa sólo duró tres años, suficientes para causar el más grande daño ambiental del que habla Rappaccioli. “Conarca estaba facultada para subsidiar, con recursos del Estado, a los productores afectados por el plan de emergencia de renovación de los cafetales y se proponía eliminar la enfermedad de la roya. En agosto de 1983, concluido el plan de renovación de cafetales, se abolió la personería jurídica de Conarca. Sus funciones y patrimonio se trasladaron al Ministerio de Desarrollo Agropecuario y Reforma Agraria (Midinra)”, comenta Rocha en su ensayo.
La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) en el informe “Centroamérica: El impacto de la caída de los precios del café”, refiere que ese programa “no alcanzó su objetivo y produjo una serie de alteraciones agroecológicas y edafoclimáticas que agravaron las restricciones tradicionales al cultivo del café. Estos cambios introdujeron una mayor necesidad de plaguicidas y aumentaron los costos de producción”.
Para el productor, Rappaccioli, la roya fue la excusa para la creación del Plan Conarca, pero la plaga no desapareció ni se supo qué hicieron la madera preciosa que se sustrajeron de las áreas cafetaleras de ese entonces.
“La roya apareció en 1977 aquí mismo, en Carazo. En una finca entre Jinotepe y San Marcos y Jinotepe y Diriamba (Es decir, en el llamado triángulo de oro). En ese momento se comenzó un programa, que se fumigaba aquí en el departamento de Carazo a todo vehículo y a toda persona que circulaba por los caminos y fincas cafetaleras. Se fumigaban las fincas. Nos entregaban un producto para combatir la roya que se llamaba sicarol”. El país aún estaba en manos de Anastasio Somoza Debayle.
“Ya en los ochenta, con el Gobierno Sandinista vino el plan de Conarca. Dijeron que para terminar con la roya había que cortar todos los árboles, para que la roya no se hospedara ahí. Y la roya voló para el norte, voló para Managua, para todos lados. La roya no se terminó. Está en todo el mundo, pero se nos llevaron todos los árboles”, sostiene el caficultor.
El otro objetivo que era incrementar la producción del café a través de plantaciones renovadas quedó aún más lejos de cumplirse.
Según estadísticas de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), Nicaragua producía en 1980 más de 1.3 millones de quintales de café oro, pero, al finalizar el Gobierno Sandinista y la guerra, esa cifra bajó a 617,312 quintales.
En ese mismo período, el área cafetalera del país pasó de 141,141 manzanas a 100,258. Y las exportaciones, que aprovechando una bonanza del precio internacional habían llegado a su cúspide en 1983, de 1.2 millones de quintales, alcanzaron su peor cifra en 1989, de 585,185 quintales.
“El productor, que tenía activos, que podía trabajar todo el año y que era el motor de la economía de Carazo, después de esto (Conarca) quedó en cero y con una deuda, porque no nos dieron nada gratis. El Estado nos cobraba por la fumigación, se nos llevó la madera y nos cobró por sacar esa madera y por sembrar la nueva plantación. Entonces los productores quedaron endeudados y muchos perdieron su propiedad con el banco. Otros logramos sacarla. De ahí comenzó todo. Salieron malas las plantas, y por lo tanto salió mala la producción”, aseveró el productor caraceño.
Rappaccioli recuerda que además los productores aportaban para la creación de un fondo, como lo hacen en la actualidad con la Conatradec. “Era para emergencia, pero nunca llegó a los cafetaleros. Se perdió y eran más de 10 millones de dólares en ese tiempo. Así ha sido siempre la historia. Los cafetaleros siempre hemos sido la gallinita de los huevos de oro para los gobiernos. La verdad es que para nosotros siempre hay años buenos y años malos. No siempre son bueno. Pero en lo personal, aquí seguimos luchando”, reflexiona.
Clemens y Simán también estudiaron el programa de Conarca, del cual dicen que “continuó hasta 1983, resultando en la tumba de 12,230 manzanas de café en la región (del Pacífico) y estableciendo 5,495 manzanas de café renovado”, pero “posteriormente se consideró que el programa Conarca había impulsado una tecnología no apropiada para la región, afectando los recursos naturales y el medio ambiente”.
“El microclima que hacía posible que el café tradicional con sombra densa se pudiera producir en la zona fue alterado. El estrés hídrico, la erosión y los fuertes vientos se agravaron después de la renovación. También se han aumentado los problemas de plagas insectiles y otras enfermedades. La eliminación de la sombra, originando una reducción de la producción de hojarasca, y las calles anchas (de los cafetales) aumentaron el problema de malezas. Todos estos cambios indujeron una mayor necesidad de uso de plaguicidas y aumento de costos de producción”, concluyeron.
Si bien la bibliografía sobre el programa Conarca no es tan extensa, otro documento que se encuentra en internet, titulado “El Café en Nicaragua”, elaborado por Carine Craipeau, cuenta que “el régimen somocista había empezado un programa de renovación de las plantaciones. Sin embargo, la roya no fue eliminada y el programa rápidamente fue abandonado”.
El estudio aporta un poco más en cuanto a que “los insumos proveídos por el Estado costaban tan caros que los productores renovadores fertilizaban sus cafetos sólo una vez al año -o no lo hacían- mientras que lo que se necesitaban eran tres fumigaciones anuales”. Asimismo, agrega que “el bloqueo económico a partir de 1984 (al que fue sometido el país por la guerra) generó una carencia grande de insumos, lo que empeoró una situación existente ya muy difícil”.
“El último objetivo puede ser considerado como semifracasado a corto plazo. El plan Conarca creó en efecto empleos, para arrancar las matas viejas, para renovar y luego mantener los nuevos cafetos. Sin embargo, entre los 14,687 demandantes del empleo rural de la zona sólo 2,100 fueron empleados. Además, cuando el programa se acabó, la mayor parte de esos obreros agrícolas no fueron reabsorbidos por la caficultura, como lo hubiera querido el Estado”, asegura el informe “El Café en Nicaragua”.
Facto y Heriberto Márquez estaban entre esos trabajadores. También otros con los que IP Nicaragua habló para este reportaje, pero que no serán mencionados. Recuerdan que después del Programa de Conarca “las fincas quedaron destruidas”.
“Llegaban a las fincas y decían que había un foco de roya. Chorreaban los palos (árboles) con diésel y los dejaban quemados. Venían después, contaban la cantidad de palos que iban a botar y decían que el Gobierno los pagaba. Pero en esos grandes choyetones (áreas deforestadas) que iban haciendo, cuando te percatabas ya tenías la mitad de la hacienda perdida. Esa era la ruina”, recuerda Facto Márquez.
“Cuando vino Conarca, todos los bosques se los llevó”, menciona por aparte Heriberto Márquez.
“La madera la desbarataron. Yo miré eso. Andaban unos grandes tractores. A unos grandes cedrones se los ponían y ‘bon gon’ los volantineaban. Había un caficultor en Diriamba que tenía un ‘maderal’ de cedro y pochote. Una vez llegó una compañía de Estados Unidos y le propuso comprársela. Le daban 300,000 dólares de la época, pero él dijo que no. Tenía dinero y no necesitaba. Eso fue como un mes antes. Los gringos se fueron y de pronto apareció Conarca. Entraron los tractores, entraron las motosierras y le botaron todita la hacienda. Toda la madera se la llevaron y no se supo para dónde”, cuenta Márquez.
Lo que pasó después fue otra decisión del Gobierno Sandinista
Por medio de la famosa e histórica Reforma Agraria de los ochenta en Nicaragua, la mayor parte de las haciendas cafetaleras fueron convertidas en parcelas y entregadas a los campesinos, principalmente afines al partido.
La intención de la reforma agraria, según los conocedores del tema, no era mala, pero no fue hecha de la mejor manera. Al respecto, el productor de café Aldo Rappaccioli opina: “Vino la reforma. La persona lo que necesitaba era ser educada antes de aplicar la reforma agraria y enseñarles a cultivar la tierra del café. El campesino quería sembrar su comida, que era el maíz y los frijoles. Se volaron el café, para sembrar su maíz y frijoles, siguió el despale de los pocos árboles que quedaban, y esa es la historia de Carazo. El café cada vez ha venido para abajo, para abajo, y de todo el pacífico, realmente”.
Por otro lado, el líder de la UNAG en Carazo, Carlos Useda, señala que el café se quedó sin sus precursores y apasionados cultivadores, los antiguos dueños de las haciendas cafetaleras; y la falta de vocación de los nuevos finqueros ha llevado a que haya “bastante área, que antes era cafetalera, subutilizada”.
“Los dueños de las haciendas cada vez más estaban mayores, tenían sus hijos, pero éstos estaban estudiando otra profesión, medicina, ingeniería, abogados, etcétera, y no tenían la vocación cafetalera. Entonces, faltó atención a las fincas. Y luego, el precio del café, como dicen los cubanos, le vino a poner la tapa al pomo. Ya últimamente llegó a menos 100 dólares por quintal, y ya no cubre los costos de producción”, explicó Useda.
“Además, nos cayeron con la propaganda de que el mejor café era el de altura, cuando en el pasado aquí se hacían los almácigos y se los llevaban para el norte. El café del norte nació en Carazo. Esa propaganda del café de altura es un asunto de preferencia de tasa. A mí me gusta el café de Carazo, y a los chinos también les gusta mucho el café de estos lados”, reclama Rappaccioli.
Un sinnúmero de haciendas cafetaleras también ha terminado como repartos informales o zonas urbanizadas planificadas. Sobre estas últimas, Rappaccioli asevera que por la crisis los caficultores se han visto obligados a desprenderse de áreas en las que el café estaba muy deteriorado. “Las ciudades van creciendo en todos lados. Si se viene abajo el precio del café, el caficultor está endeudado y no hay ningún programa de ayuda gubernamental, ni renovación de crédito, tiene que buscar de dónde sacar para no perder toda su propiedad. Entonces tiene que comenzar a vender algo, pero al productor no le gusta vender. Uno nace con las ganas de salir produciendo”, enfatiza.
El declive del grano de oro se acentúa
Lo que ha pasado en los últimos años ha desmotivado aún más a los productores.
Carlos Useda, viejo conocedor del sector agropecuario, recuerda que la producción del área cafetalera del Pacífico Sur superaba los 300,000 quintales del grano de oro antes de la década de los ochenta. Para otros cafetaleros, la producción se aproximaba al medio millón de quintales. La cifra no se pudo precisar por la falta de acceso a información oficial.
“Actualmente yo creo que apenas andamos por los 20,000 quintales”, lamenta el dirigente de la UNAG de Carazo. Y de los 36 beneficios que menciona, sólo queda uno activo.
El ingeniero Roberto Velázquez, administrador de la Hacienda San Dionisio, una de las más reconocidas en el municipio de San Marcos, afirma que el café ha venido sufriendo en los últimos años por la situación del clima, “que está poniendo muy difícil la siembra de café”; los altos costos de producción, agravados con las reformas al seguro social y las reformas tributarias; y la situación del precio del café, “que se deprimió completamente el último año”.
“Todo esto ha venido a desmotivar a los productores. Prácticamente, en la zona ya son pocos los productores de café que quedan. ¿Qué si (el café) va a desaparecer? No. Pero (la producción) ya no será con la misma intensidad y el mismo manejo de varios años atrás. Hace 10 años atrás”, opina.
Rappaccioli enfatiza en que pase lo que pase el café de Carazo no desaparecerá.
“En lo que es lo personal, y hay varios productores más, seguimos con el café, porque creemos en la bebida, porque creemos en el café de Carazo, en el sabor de nuestro café, aunque sí estamos pasando por un ciclo muy malo, que se está empeorando más con la pandemia del coronavirus”, dice el productor, quien menciona con orgullo que nació y creció entre pulpas de café.
En espera de las lluvias
Había pasado más de la mitad de mayo de este año, cuando empezamos este reportaje, y en este departamento, recordado por su clima húmedo y frío, aún no había caído ni una gota de agua de lluvia.
El café esperaba con ansias el invierno. Los árboles de pequeña edad, que todavía no producen, estaban todos achicharrados. Necesitaban agua para recuperarse y seguir creciendo. Los árboles mayores estaban llenos de granos de café verde, desnutridos y polvorientos, y a leguas se veía que necesitaban agua para desarrollarse. Es probable, dijo un finquero, que un 50 por ciento de ellos termine en el suelo, antes de que consigan formarse y convertirse en el grano de oro.
Una de las últimas siete plagas que le ha caído al café de Carazo es el cambio del clima y quizá la que le dé el golpe final.
Hay fincas en Carazo en las que el café está en completo abandono; otras en las que ya no hay café. Estas ya están preparadas, con los suelos sin malezas y quemados, esperando unas cuantas lluvias, para cosechar maíz y frijol.
La reducción de la zona cafetalera de Carazo cada vez es más visible y acentúa la crisis de ese cultivo. Actualmente, contó Carlos Useda, los cafetales están casi abandonados y no reciben el mantenimiento adecuado.
Por otro lado, Velázquez explica que otro factor que ha influido en la crisis cafetalera es que para esta zona no existe apoyo gubernamental. “Los caficultores que trabajan, lo hacen con su propio esfuerzo y la banca privada tampoco está dando financiamiento, porque la caficultura ha sido bien golpeada en los últimos años”.
Según el administrador de la Hacienda San Dionisio, la producción de café de toda la zona ha bajado en promedio alrededor del 50 por ciento y una prueba de esa afirmación es que ahora solo existe un comprador, un único beneficio, El Carmen, que pertenece a una empresa exportadora.
“En la zona la producción de café se ha reducido como en un 50 por ciento y en el caso de nosotros, hasta como en un 30 a 40 por ciento. Los costos de producción y de cosecha han subido bastante. Para darte una idea, el precio del quintal de café estuvo en promedio en 100 dólares, y el 50 por ciento se va en el corte (del grano). Entonces, ¿Cuánto te queda para el resto? 50 a 40 dólares y no hay ganancia. Entonces, eso ha desmotivado a los productores”, detalla el administrador de la finca San Dionisio.
De acuerdo con Aldo Rappaccioli, todavía hay dos beneficios más en el departamento, pero por la caída de la producción no han trabajado en los últimos dos años.
“Actualmente sólo el beneficio de Cisa, El Carmen, queda, y para esto que está trabajando a medio palo. Antes se hacía todo el trabajo aquí, desde el escogido, donde les daban trabajo a muchas personas. El año antepasado (2019) se llevaron el café húmedo. Solo lo despulpaban en las máquinas y se lo llevaron en contenedores para el norte. Este año, se lo llevaron oreado, por lo menos le dieron secado de dos días aquí, y hasta después se lo llevaron para el norte. O sea que ese trabajo en el beneficio ya no se hace, que ocupaba mucha mano de obra, mujeres principalmente”, cuenta el caficultor.
La situación del empleo
Cuando la hacienda en la que trabajaba Facto Márquez entró en una crisis profunda, el patrón no le pudo seguir pagando el seguro. “Ahora de último, ya me había asegurado, pero como fracasó la hacienda me dijo que lo sentía, pero no podía seguir pagándome. Me dijo que buscara otro trabajito y buscara de alguna manera cómo no dejar morir el seguro. Pero que va, pasé bastante tiempo sin trabajo. Ya no pude, pero en cambio ahora por lo menos recibo algo. Estuviera agarrando mi seguro completo si este señor hubiera seguido con su hacienda produciendo. Pero no le podíamos exigir, si ya sólo tierra tenía”, expresa el campesino.
Rogelio Sandino, capataz de la finca cafetalera San Francisco, afirma que actualmente mucha gente está en el desempleo. Él lo sabe porque muchas personas le han llegado a solicitar trabajo, pero lastimosamente les ha tenido que decir que no hay. “Las fincas se mantenían llenas de trabajadores. Actualmente, hay productores que están manteniendo con las uñas a una parte de sus trabajadores. Antes, por lo menos si bajaba el precio, las fincas compensaban con volumen de producción. El empleador podía mantener a los trabajadores”.
Pero ahora el clima está golpeando drásticamente la productividad de los cafetales. “Este año, ya es tiempo de que ese café estuviera germinando más. Él está ahí ahorita, entumido. Entonces, ¿qué pasa con eso? Ahí es donde se baja la cosecha. El árbol, cada año, bota casi el 50 por ciento. Se quema. Y a eso se ha debido la baja”, refiere Sandino.
Aparte está el problema de las plagas: “Ha habido varios años de crisis. Hace unos años nos afectó un brote de broca que solo la bolsa del grano se cortaba. Eso al empleador le genera pérdidas”.
De acuerdo con el capataz, hace como ocho años en esa finca trabajaban hasta cuatro cuadrillas de trabajadores, pero ahora solo hay una.
Afortunadamente, para muchos trabajadores del campo, de un tiempo para acá aparecieron las zonas francas del sector textil en Carazo y absorbieron la mayoría de población económicamente activa que requería empleo.
“Lo de la zona franca estaba muy bien, pero hay un problema. Según lo que tengo entendido, solo generan trabajo para gente joven. Si usted tiene 38 años, ya no lo contratan. Y cambian muchos trabajadores y los van liquidando”, refiere el capataz de la finca San Francisco.
Para el administrador de San Dionisio, Roberto Velázquez, el sector de zona franca también ha significado un contrapeso para el sector cafetalero. Hace como dos años, cuenta, costó mucho encontrar mano de obra para los cortes de café. A algunos productores se les cayó, y otros tuvieron que pagar más.
“Si en una familia hay dos o tres que van a trabajar en zona franca, las personas adultas que son las que trabajan en el campo, se quedan en las casas. Eso ha afectado. Otro sector que nos estaba afectando era el de la construcción. Tienen un mejor salario, porque siempre en el campo es donde está el salario más bajo. Otro sector era el de vigilancia. Mucha gente estaba trabajando como vigilantes. Entonces ya se estaba haciendo complicado contratar trabajadores”.
Por otra parte, de acuerdo con Velázquez, el Ministerio del Trabajo ha sido bien enérgico con el asunto del trabajo infantil. “Al corte (del café) por lo general van familias, y traían a los niños. Entonces nosotros les decíamos ‘no traiga a los niños’ y ya el siguiente día no venían”, cuenta el caficultor.
Otros cultivos emergen en las haciendas cafetaleras
Según el ingeniero Roberto Velázquez, ya son varios los productores de café del departamento que han decidido diversificar su producción: “Unos se están diversificando. La idea es manejar cierta cantidad de café, para mantener siempre la tradición del café, pero buscando como sostenerse a través de la diversificación con otros rubros. Muchas fincas estás sembrando aguacate”.
En la finca que administra Velázquez, San Dionisio, desde hace dos años comenzaron ese proceso. “Hace dos años comenzamos a sembrar aguacate, y estamos probando un área con pitahaya. Pero vamos a mantener tal vez un 75 por ciento del área de café y el otro 25 por ciento a diversificarlo”.
El cambio de cultivo ha implicado un cambio de cultura. Los trabajadores están experimentando una nueva experiencia, pero parte de los objetivos es mantener el personal a través de esos cultivos, dice el experto. Los hacendados esperan contratar más mano de obra, en la medida que los nuevos cultivos se vayan desarrollando.
“Debido al cambio del clima y las enfermedades en el café, especialmente la roya, el productor tiene que buscar otras alternativas”, argumenta Velázquez.
Para Rogelio Sandino, capataz de la finca San Francisco, la renovación del café se ha vuelto más difícil. Es necesario para seguir cultivando café en el departamento, pero los productores en general no pueden asumir las inversiones. “Antes nosotros sacábamos dos cuadros y ahí nomás lo estábamos cultivando de nuevo. Ahora no. No hay plata para hacerlo. Ya cuando la plantación llega a cinco o seis años llega a su pico de producción, pero cuando cumple 12 o 13 años ya no produce nada. Hay que renovarlo. Pero hoy, con la crisis a nivel mundial y los problemas internos, ya no se da eso. Hay gente que ya dejó el café abandonado”, argumenta.
Para Roberto Velázquez, todos los productores están en igual condición. “Son muy pocos los que están renovando cafetales, que están invirtiendo”.
San Rafael, una de las fincas cafetaleras del triángulo de oro, es una de las pocas que lo está haciendo. “Ahorita esta finca nosotros la estamos renovando. Tenemos renovadas como unas 10 manzanas. Y ahorita vamos a renovar como unas seis manzanas más, que es toda esta parte. Lo demás, que es café viejo, y está en muy mal estado, se va a renovar el año que viene”, contó el mandador Heriberto Chavarría.
Chavarría refiere que en estos días los trabajadores están trabajando en la aplicación de productos para combatir la broca, una plaga que afecta los granos de café. Y una vez que comience a humedecerse la tierra con el agua de las lluvias, comenzarán la siembra de los nuevos arbolitos.
San Rafael siempre ha sido una finca cafetalera y su propietario pretende renovar las plantaciones y continuar cosechando café. Adicionalmente mantiene una granja de pollo en la finca, pero no es su intención cambiarse o combinar sus tierras con otros cultivos.
Eso sí, el mandador Chavarría no está ajeno a los cambios que están ocurriendo: “Aquí no más en San Ignacio, que era una finca cafetalera grande, solo aguacate tienen. El comercio del café estuvo pésimo este año. Hay productores que se desaniman… Lo que hacen es botar el café y sembrar otra cosa”.
La producción de la finca San Rafael venía en decadencia desde hace varios años. Las nuevas plantaciones ahora están produciendo un poco más, cuenta Chavarría. Las plantaciones viejas “no servían, estaban en pésimas condiciones”.
Gracias a la combinación del café con la granja de pollos en la finca, el dueño de esa propiedad está generando trabajo para 20 personas.
Ojo con el cambio, por las consecuencias que podría tener
Para Carlos Useda, de la UNAG, algunos productos, como la piña, no deberían estar siendo cultivados en las fincas cafetaleras. “Están poniendo en los mejores suelos piña y pitahaya, que podrían estar en otros tipos de suelo. Alguna gente está pensando en sembrar cacao y musáceas. Ya está buscando la gente cómo diversificar. El café, yo pienso que está en una etapa en la que van bajando rápidamente las áreas en que se trabaja”, opinó Useda.
Pero para el caso del aguacate, según Roberto Velázquez, “no hay un riesgo de afectación ambiental, porque estos árboles más bien tienen una masa foliar importante. No es como otros cultivos, como la piña. Pero en el caso de nosotros, tenemos siempre un plan de manejo forestal, que consiste en reforzar las áreas que tienen poca vegetación. Es decir, crear bosques y no trabajar en los cultivos de una manera destructiva, como en muchas fincas, que prácticamente las han desbaratado”.
Carlos Useda es de los que opina que debería haber un buen programa gubernamental para restablecer el café en el Pacífico Sur del país. Independientemente de que la altura no es comparada con la del norte, el gran conocedor del sector agropecuario explica que hay un elemento indiscutible y es que “aquí están los mejores suelos para sembrar café”.
Para el presidente de la UNAG en Carazo, una renovación integral de los cafetales en el departamento costaría muchos millones de dólares. Es por eso que, según él, los grandes cafetaleros se han dedicado a otros cultivos. “Hoy estamos en otro momento. La mayoría está sembrando aguacate. Hay bastante siembras de aguacate, ya dirigida. No se trata de que están sembrando un palito aquí y un palito allá de aguacate. Ya es cuestión de dos, cinco y hasta diez manzanas, y el café va desapareciendo. Quizás, no es lo correcto, pero también renovar el café requiere una inversión millonaria”.
En la finca San Dionisio, de San Marcos, hace unos años estuvieron haciendo pruebas con un área de café de riego, pero se encontraron con dos obstáculos: el agua y el costo de la energía. “No pudimos continuar. Aquí el bombeo es caro. El pozo tiene 1,100 pie de profundidad. Pero claro, las cosechas se subieron, lo que demuestra que una de las limitantes del café es el clima. Se quema mucho (el café). Esa preparación (florescencia) del café que se mira desde el principio se va quemando por las altas temperaturas. Ya cuando llega mayo y no llueve, el café comienza a sufrir. Las florescencias siempre se dan temprano y son buenas, pero eso es lo que pasa. Aquí hubo otra hacienda que también probó con riego. Se llama El Rosal, pero el problema es ese: el agua y el costo de la energía”, contó el ingeniero Roberto Velásquez.
En la situación en que está actualmente el sector, desde el punto de vista de Useda, el café de Carazo podría llegar a un estado en el que la producción sólo podría ser para autoconsumo.
Nostalgia
Atrás van quedando los años gloriosos del café caraceño. No uno, sino cientos de personas recuerdan con nostalgia esa época.
“Yo me crie en una finca” dice el ingeniero Velázquez. “Hay una generación de personas en este departamento que todo tenía que ver con el campo. Fue una experiencia bonita. Y es una lástima que ahora los niños poco saben de las experiencias del campo. Hasta cierto punto a los niños se les inculcaba el esfuerzo propio, porque los padres les decían ‘ya sabés vas a ir a cortar para que te comprés tu estreno del 24 de diciembre’ y uno, como chavalo, lo hacía y era feliz en el campo”, recuerda.
Para Useda, sin embargo, había un aspecto negativo en la caficultura de Carazo. Muchos campesinos vivían en campamentos (casas ubicadas en las haciendas cafetaleras) en las que, según él, no tenían las condiciones óptimas para vivir.
“Hoy hay programas que impulsaron las alcaldías precisamente para sacar a mucha gente que vivía en los campamentos, donde las familias no tenían ninguna privacidad. Vivían todos juntos. Los dormitorios estaban en el mismo espacio. Había un solo servicio higiénico para todos. Ahora, los que fueron cortadores de café, aquí en San Marcos, tienen su casita. Viven mejor. Desde el punto de vista económico, el café era muy beneficioso para las familias. Pero socialmente y humanamente vivían muy mal, en un campamento recluidos”, describe Useda.
Un espejo en cual verse para los caficultores del norte
Los productores del norte del país toman nota de lo que ha pasado con la caficultura en Carazo. Aunque confían en que sus condiciones climáticas y su altura privilegiada, saben que el cambio climático es una realidad y que no respeta a nadie.
Aura Lila Sevilla, presidenta de la Alianza Nacional de Cafetaleros de Nicaragua, considera que debido al avance del cambio climático en algún momento podría disminuir el área cafetera del norte, pero no vislumbra un escenario en el que la actividad vaya a desaparecer.
“Nosotros tenemos zonas altas, tenemos zonas intermedias y bajas, pero también tenemos microclimas húmedos. Si continuamos con la deforestación, yo creo que habrá una amenaza mayor, pero si nos mantenemos alerta y hacemos algo vamos a estar mejor… Pero nos puede pasar lo que está ocurriendo con el coronavirus, porque mucho se subestima al cambio climático, y espero que cuando nos demos cuenta todos del verdadero impacto del cambio climático no sea demasiado tarde”, alerta la caficultora.