La ausencia de sus madres provoca traumas psicológicos a hijos de víctimas de femicidios. “Todo niño, adolescente y joven que ha vivido este tipo de experiencia, siempre va a crecer con carencias que traerán severas consecuencias si no reciben la ayuda profesional adecuada”, advierte la especialista en salud mental Yelba Godoy.
Eva Inestroza Cáceres
“Fue un animal en hacer todo eso, porque nos dejó solo, no pensó en nosotros”, reflexiona Maynor Jiménez, de 18 años, acerca de su propio padre, quien también es el asesino de su madre.
Cuando su papá Pedro Jiménez Cantarero, alias “el Carnicero”, descuartizó y decapitó a Silvia Aguirre Palacios, hace 16 años, Maynor tenía dos años y, aunque explica que no tiene muchos recuerdos de sus progenitores, y que su abuela materna siempre ha estado con él y su hermano mayor, reconoce que durante todo ese tiempo ha necesitado del afecto de su mamá.
“Mi abuela es como mi madre. Ella me crio. Por eso se me hizo un poco fácil, creo, superar su ausencia, porque mi abuela siempre estuvo presente como una figura materna y con la ayuda de Dios, también”, expresa.
Layan Jiménez, hermano de Maynor, tenía siete años cuando ocurrió el lamentable hecho. Este afirma que a él la ausencia de su madre lo ha afectado mucho más, ya que considera que una madre es importante en el crecimiento de todo niño.
“Mi abuela ha sido fundamental, porque ella nos ha brindado todo, pero no es lo mismo”, dice Layan, ahora de 23 años, quien es más reservado al expresarse que su hermano menor.
“A pesar de que ella (la abuela) ha estado ahí siempre, no es suficiente porque a mí me hace falta mi madre, pero ni modo, sé que tengo que conformarme”, se resigna Maynor.
Juana Francisca Sánchez, de 70 años, después del asesinato de su hija Claudia Dávila Sánchez, hace seis años, en Ticuantepe, se ha hecho cargo de sus cinco nietos que quedaron en la orfandad.
A Claudia la asesinó Douglas Díaz Cardenal, alias “el Punche”, quien supuestamente era su amigo. El hecho ocurrió la noche del 27 de julio del 2014, cuando regresaban juntos de una fiesta.
Ninguno de los padres biológicos de los niños de Claudia ha respondido por su manutención, cuido y crianza, convirtiéndose en víctimas indirectas de la violencia machista.
Según la mujer, de 70 años, cuando se aproxima el Día de las Madres, el 24 de diciembre o las fechas de sus cumpleaños, sus nietos lloran por no tener a su madre viva.
“Yo los hallo arrinconados, llorando, y les digo que yo sé en quien están pensando, pero que su madre está en el cielo y que yo los voy apoyar mientras Dios me tenga con vida”, expresa doña Juana.
El Observatorio de Católicas por el Derecho a Decidir (CDD) ha hecho un conteo, desde el 2014, de más de 520 huérfanos porque sus madres han sido víctima de femicidio.
“Una abuela jamás sustituirá a una madre”
La doctora Yelba Godoy, neuropsicóloga clínica y especialista en demencia del Centro de Neurociencia del Hospital Vivian Pellas, dice que en la cultura nicaragüense es bastante común que las abuelas se hagan cargo de la crianza de los nietos, ya sea porque su madre se tenga que ir a trabajar o haya fallecido.
“Y esa es una bendición, es un regalo y siempre va hacer mejor que no tener a nadie”, reconoce la especialista. Sin embargo, Godoy aclara que jamás una abuela va a sustituir a una madre biológica.
Miller Enrique Dávila ahora tiene 20 años. Es el mayor de sus cuatro hermanos, pero cuando asesinaron a su mamá (Claudia Dávila) era un adolescente de 14 años.
“Cuando ella falleció, yo me dediqué al vicio. Comencé a meterme a las drogas y el alcohol. Pensaba que eso me iba hacer olvidar lo que estaba pasando, porque yo soy una persona que no demostraba debilidad”, confiesa.
Cuando sepultaron a su madre, Miller veía llorar a sus hermanos, de 13, 9, 6 y 2 años.
Cuenta que se sintió desesperado, porque no encontraba qué hacer, ni como aliviar el dolor que sentían ellos. “Me sentía entre la espada y la pared. Tal vez si fuera solo, lo hubiera superado, pero no poder ayudarle a mis hermanos es difícil, porque a la vez no lo he superado”, dice Miller.
“No es como que ella haya muerto de forma natural, si no que le quitaron la vida”, agrega.
Posteriormente, Miller también comenzó a sentir rencor contra su difunta madre. “Porque si ella no hubiera salido ese día, nada le hubiera pasado y no nos fuese dejado solos”, expresa.
A Miller también le despertó la curiosidad de conocer a su papá, pero lamentablemente este se negó a tener contacto con él. “Lo busqué porque me sentía solo, sin embargo, me dio la espalda también”, lamenta el joven.
La especialista en salud mental indica que todo niño, adolescente o joven, que ha vivido ese tipo de experiencia, siempre crecerá con carencias si no reciben ayuda profesional adecuada.
“Estos niños o niñas que quedan traumatizados necesitan una atención psicológica integral. Nuestro sistema de salud debería de darles atención integral a los menores y ser una prioridad para el Ministerio de la Familia”, considera la doctora Godoy.
Además, recomienda dotarlos de oportunidades para un desarrollo más equilibrado. “Pero, si no se hace nada, posiblemente estemos perpetuando esta problemática social en nuestro país”, añadió.
La falta de su madre y un padre asesino
Maynor Jiménez no conoce a su padre y aunque este privó de la vida a su madre lo ha perdonado.
“Uno tiene que perdonar para estar aliviado. Yo siento que puedo perdonarlo. Si algún día lo veo, le diré que lo perdono, pero no me interesa, ni quiero relacionarme con él”, manifiesta.
“Es incómodo cuando las personas te preguntan por tus padres, y no sabés que decir”, agrega Layan, quien en una ocasión visitó a su padre en la cárcel, quien fue condenado a 25 años de prisión.
El padre de Seyling Martínez Fonseca, de 23 años, también mató a su madre, Zayra Fonseca Bravo, hace cinco años. Este le disparó a la mujer mientras dormía. El hecho tuvo lugar en la zona cinco del casco urbano de Nueva Guinea.
La joven tenía 18 años cuando su mamá murió y sus dos hermanos 13 y 15. Ella se ha hecho cargo del cuido de ellos desde entonces y también ha estado al frente del juicio contra su padre Francisco Javier Martínez, quien fue condenado a 30 años de prisión por el asesinato.
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“Nosotros no hemos tenido apoyo de nadie. La familia de mi mamá se alejó. Nos hemos mantenido porque yo peleé una finca que era de mis padres. Mis hermanos se dedicaron a trabajar y alquilamos unos cuartos. De ahí hemos podido salir adelante”, cuenta Seyling, quien hace poco recibió su título de farmacéutica.
La violencia de género provoca grandes consecuencias, no solo en el ámbito familiar, sino en la sociedad, indica la doctora Godoy.
“La violencia es como una onda expansiva. No solamente termina con la vida de la mujer, sino que deja unas consecuencias en muchos niveles de la vida de los niños, adolescentes y jóvenes. Incluso, en hermanos y padres, lógicamente el sistema de la familia que ha sufrido ese nivel de violencia queda marcado”, dice la especialista.
Sin embargo, Godoy considera que los niños, adolescentes y jóvenes que perdieron a sus madres han sido víctimas de violencia desde antes de ese hecho lamentable.
Indica que no necesariamente tuvieron que recibir algún golpe de parte del maltratador (padre), sino que basta con lo que estos niños y adolescentes vivieron y escucharon cuando sus madres vivían en un nivel altísimo de sufrimiento.
“Estas personas son víctimas directas de la violencia, que fue física y psicológica, una situación de maltrato. Estos hijos son receptores de una violencia que vivieron contra sus madres, independientemente que estos niños y adolescentes no hayan recibido un solo golpe en su vida”, señala la especialista.
“Aquí hay consecuencias devastadoras que dificultan el desarrollo psicológico, emocional, físico e intelectual de estos niños, adolescentes y jóvenes. Medí la angustia de esa madre maltratada, de esa madre temerosa, triste, imagínate el mensaje al psiquismo de estos niños», asevera la doctora Godoy.
Trastornos
Guadalupe García, de 23 años, fue asesinada junto con su amiga Martha López Centeno, de 20, el pasado 2 de marzo del 2020, por su esposo, el exmarine estadounidense Larry Robert McCartney, de 68 años, en Granada.
Cada una dejó dos niños en la orfandad, que ahora están bajo el cuido de sus abuelas maternas y presentan severos trastornos psicológicos.
“Guadalupe dejó dos niños. El varón tiene seis años y la niña tres. El mayor tiene traumas. En las madrugadas se despierta en gritos, diciendo que a su mamá la mataron”, relata su abuela Ana García Sandoval.
“Para mí es duro escuchar a mi niño cómo llama a su mamá. En la escuela, los niños también le decían que habían matado a su mamá y el venía en llanto”, cuenta la madre de Guadalupe.
Según García, trabajadoras del Ministerio de la Familia de la ciudad llegaron hasta su vivienda a ofrecerle atención psicológica a los niños, sin embargo, después de dos citas no los siguieron atendiendo.
“Yo los llevé en dos ocasiones, pero después me dijeron que no los siguiera llevando, porque ellos los iban a visitar aquí en la casa. Es la fecha y nada. Pero, yo les digo a mis niños que su mamá está con Dios y que desde allá arriba los está cuidando”, expresa García.
Los hijos que Martha López Centeno dejó en la orfandad tienen 4 y 6 años. La madre de esta joven también revela que la niña mayor es la que más pregunta por su mamá, y a quien más está afectando su ausencia.
“La que más lo está sintiendo es la niña mayor. Yo les vivo diciendo que su mamá está en el cielo y que ella los cuida. Yo lo que le pido a las autoridades es justicia. ¡Que este hombre pague por lo que hizo!, aunque con eso no me va a revivir a mi hija”, dice Govania Centeno, de 37 años.
A esta familia no se ha acercado ninguna autoridad a brindarle algún tipo de ayuda psicológica, mucho menos económica.
“Los que están sufriendo son estos niños. Desde que mi hija estaba embarazada, el papá de la niña no se hizo cargo y el papá del niño, de 4 años, sí le viene a dejar dinero cada vez que le pagan, pero uno como sea sale adelante”, expresa Centeno.
Ambas familias granadinas son de escasos recursos. Sus hijas eran el sustento de sus hogares. Las abuelas de los cuatro niños huérfanos se dedican a la venta de tapetes y leña.
“A mí no se me hace difícil buscarles el arrocito y los frijolitos a mis nietos. Estamos saliendo adelante gracias a Dios, pero espero que se haga justicia y que caiga todo el peso de la ley, porque no fueron perros a los que mató este señor, fueron dos personas, dos muchachas que tenían una vida por delante”, exige García.
Después de la pérdida de una madre, los niños pueden sufrir diferentes trastornos, explica la especialista en salud mental, Yelba Godoy. Entre ellos están los terrores nocturnos (niños que se despiertan aterrados y no pueden dormir), miedo, inseguridad, enuresis (incontinencia urinaria), alteración del sueño –como insomnio y pesadillas– y eso les trae como consecuencia cansancio, falta de concentración y de apetito, y por lo tanto un fracaso escolar.
“Niños inseguros, confusos, niños con mucha angustia, ansiedad, y lógicamente esto se va a traducir en la medida en que se van exponiendo a esta situación en el crecimiento, generando una cantidad de trastornos no solo físicos, si no psicológicos”, agrega Godoy.
De acuerdo con la especialista, el trastorno de la depresión también afecta a la infancia.
Además, Godoy asevera que la niñez que es expuesta a ese tipo de violencia, aunque no hayan sido objeto de la agresión directa, sufre maltrato infantil.
Crecen pensando que la violencia es normal
Miller y sus hermanos (que ahora tienen 19, 15, 12 y 8 años) no han recibido ningún tipo de tratamiento psicológico.
Hace un año, Miller (hijo de Claudia Dávila) dejó de consumir drogas y alcohol. Ha logrado apartarse de los vicios porque empezó a visitar una iglesia evangélica, después de haberse metido en diversos problemas.
“Cuando tenemos problemas necesitamos el consejo de una madre. Aunque tengo a mis tías y mi abuelos no es igual. Yo decidí buscar los caminos de Dios y he sentido que mi vida ha cambiado un poco. Sé que Dios me escucha”, expone el joven.
Sus hermanos presentan problemas de inseguridad. Su abuelita dice que ninguno de sus nietos habla con ella, no expresan sus problemas, ni sus emociones.
La especialista manifiesta que estos niños crecen con un mensaje deformado sobre lo que son las relaciones humanas saludables, así como las relaciones de parejas.
“Crecen creyendo que la violencia es algo normal en las relaciones de los adultos, por lo que consideran desde pequeños que los empujones, los golpes, los gritos y las descalificaciones son las formas normales en la que los adultos viven la vida”, sostiene Godoy.
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“Yo quiero insistir en que los niños no solo son víctima porque son testigos de la violencia entre sus padres, o la violencia que han sufrido sus madres, sino porque viven dentro de la violencia”, remarca la especialista.
A Miller le gustaría recibir atención psicológica. “En la iglesia a la que estoy yendo me han dicho que olvide eso. Que lo que yo viví es del pasado, pero es difícil. Yo le he pedido a Dios que me ayude a dejar eso atrás, porque no quiero cargar más eso”, confiesa.
Asimismo, Godoy explica que lo peor de estar en una etapa de crecimiento, en la que por lo general se encuentran todos los menores cuando asesinan a sus madres, es que están en un proceso de desarrollo madurativo. Dicha etapa es en la que los niños conforman su personalidad, la etapa del aprendizaje, en donde se aprenden modales, valores y comportamientos adecuados.
“Y quiénes son los modelos de estos niños, qué roles interiorizaron estos niños. A lo mejor una niña va a interiorizar el rol de una mujer maltratada y en un futuro lo más probable es que buscará a una pareja que la maltrate”, o “si vieron que su papá era un hombre maltratador, entonces, esos niños interiorizan estos patrones de comportamiento violento”, alerta la doctora Godoy.
Sus capacidades neurocognitivas y su neurodesarrollo no tienen la capacidad de discriminar qué conducta es adecuada, qué está bien o mal, argumenta la doctora.
“Estos niños son los candidatos idóneos para que nosotros podamos diagnosticar en un futuro depresiones, trastornos de estrés postraumático, trastorno de personalidad”, dice Godoy.
Maynor Jiménez cuenta que enterarse de que su papá fue quien le quitó la vida a su mamá lo impactó demasiado. Sin embargo, lo que ha vivido le ha ayudado a no ser una persona agresiva.
Víctimas en el desamparo
De acuerdo con Martha Flores, activista del Observatorio de Católicas por el Derecho a Decidir, en Nicaragua no existen políticas públicas que brinden protección a los niños que quedan en la orfandad.
Sin embargo, la Ley 779 (Ley Integral Contra la Violencia hacia las Mujeres) tiene como objetivo garantizar el fortalecimiento de las familias nicaragüenses, mediante acciones de prevención que promuevan el derecho a la vida, dignidad, igualdad y no discriminación en las relaciones entre hombres y mujeres, en la familia y la sociedad a fin de fortalecer una cultura de convivencia familiar en respeto y equidad, erradicando la violencia hacia las mujeres, niñas, niños y adolescentes en todas sus manifestaciones.
“Esa ley nos manda a conformar una comisión y en esa comisión es donde deben estar todas las instituciones para velar por la seguridad de la mujer y de los niños, y en este caso la de los niños que han quedado huérfanos”, señala Flores.
No obstante, “al gobierno nunca le ha interesado este tema, (porque) aún existiendo la ley no la cumplen. Estamos en una inseguridad institucional en todos los aspectos irresponsables”, lamenta la activista.
Si en Nicaragua se cumpliera lo que estable la Ley 779, las familias de las víctimas asesinadas tuvieran mayor protección y un mejor desarrollo, considera Flores.
“Es cierto que van a convivir con el dolor, pero las abuelas como en su mayoría ya son de la tercera edad. Las que quedan con los niños, recibirían algún tipo de apoyo para sustentar a sus nietos. Sin embargo, no asume su rol como lo debería de asumir el Estado”, indicó la defensora de los derechos de las mujeres.
En los últimos 10 años, 669 mujeres han sido salvajemente asesinadas por hombres en el país. En esa tenebrosa cifra ya se incluyen los 22 asesinatos violentos de mujeres que se han registrado en lo que va del 2020.
Desde el año 2014, según CDD, los femicidios han dejado 526 niños, niñas, adolescentes y jóvenes en la orfandad.
Según las activistas, próximamente conformarán un club que integre a adolescentes y jóvenes que hayan perdido a sus madres a consecuencia de la violencia machista. “El objetivo es que ellos (los hijos) no vuelva a repetir esos patrones. Debemos trabajar para que estos adolescentes y jóvenes no repitan ese ciclo de violencia y que las niñas y las adolescentes denuncien en caso de estar viviendo ellas violencia”, explica Flores. Hasta el momento, al menos 40 niños huérfanos están siendo atendidos por profesionales de CDD.
Recomendaciones
La doctora Godoy anima a adolescentes y jóvenes que hayan sufrido ese tipo de violencia a que busquen ayuda profesional. Además, recomienda buscar espacios donde poder verbalizar sus problemas.
“Debemos esforzarnos en superar todas esas experiencias que de niños nosotros no las hemos escogidos, fueron impuestas”, explica.
«Nosotros no pedimos nacer de un papá o de una mamá determinada, la vida nos los dio y unos hemos tenido mejor y otros peor suerte, pero ya en la vida adulta tenemos la obligación de sanar nuestras heridas, porque tenemos el derecho como seres humanos de ser felices y eso nos toca a nosotros, escoger nuestra propia felicidad y buscarla”, insistió.