A “Bettina”, una periodista de Nicaragua, se lo advirtieron unos minutos antes de la presencia de una patrulla en frente de su casa. Ella, exreportera de un periódico que ya no existe en el país se asustó al oír el alboroto a las siete de la mañana. Pensó con espanto que era la inevitable visita que desde hace muchos meses esperaba.
Se asombró de ver a un niño frente a su casa y lo reconoció con curiosidad como el hijo de un vecino suyo con quien nunca ha tenido problemas en este residencial de la zona sur de Managua, donde ella habita desde hace ocho años con su familia.
“A mí me asusta ver el chavalo todo agitado, yo lo reconozco como el hijo de un vecino a dos cuadras de la casa, un señor que siempre me saluda, pero no sé nada más de él porque nosotros no nos metemos con nadie”, cuenta para este reporte.
La periodista trabajó durante casi 10 años entre un canal local y uno de los periódicos ahora clausurados. En 2019, renunció y buscó opciones fuera de los medios. Consiguió trabajo temporal en una organización no gubernamental de apoyo a las mujeres a la que renunció en 2021.
“Doña Bettina, mi papa quiere hablar con usted, que es urgente”, le dijo el chavalo, quien se sacó del short un teléfono celular viejo y descuidado.
Marcó un número que ella cree era WhatsApp y se lo pasó. Para entonces ya había pasado de la sorpresa al desconcierto. La voz del vecino, fría y grave, la alarmó aún más: “Vea lo que le voy a decir es grave para usted y se lo digo por aprecio, porque su mamá no se merece ese sufrimiento. A usted la va a llevar detenida la policía por golpista. Tiene poco tiempo para que se prepare, borre lo que pueda, papeles, correos, llamadas y pórtese relajada”, le dijo.
La periodista no pudo responder ni preguntar nada y sintió fría las manos y escalofríos en la espalda.
Se quedó aún congelada un rato viendo al niño pedalear y desaparecer en la esquina, mientras ella volvía aterrada a la realidad. Quería llorar, pero estaba muda y su madre la notó tan pálida que se asustó y la sentó en el sillón: “¿Qué pasó hija? ¿Qué paso?”
“Me van a echar presa. Me llamaron que va a venir la policía ¿Qué hago?”, la mamá empezó a llorar, pero rápido se repuso y le dijo enérgica: “andate hija, corre, ya voy a llamar a tu tío que te venga a sacar y te lleve donde la ‘T’ (una tía materna que vive en una zona rural fuera de Managua)”.
Ella corrió a ponerse un pantalón, unos tenis, una gorra y agarrar una mochila con la laptop, una mudada, la cartera de mano y sus documentos. “Yo te mando la maleta, ándate ya”, le dijo la madre, quien corrió a buscar en el ropero el dinero de unos ahorros junto a unas joyas y se los dio.
“Mejor no esperes a tu tío, corre, salí ya”, le dijo la señora, agitada y con los ojos cuajados en lágrimas. Pero “Bettina” ya no tuvo tiempo. Oyó un vehículo estacionarse afuera con el motor encendido e instintivamente corrió a refugiarse al cuarto del patio.
Luego oyó abrir las puertas de hierro, pasos rápidos de botas y unos golpes fuertes en la puerta del baño: “Salí de ahí, vamos a hablar con vos”, le dijo un hombre en tono frío. “Yo tuve miedo de que le hicieran algo a mi mamá, tiré el teléfono en la papelera y les dije que estaba miando, que ya iba a salir”, relató “Bettina”.
Cuando salió había tres policías varones de uniformes azules, dos de ellos armados, y una mujer de civil con chaqueta azul oscura de la policía.
Afuera estaba una patrulla, un hombre de civil en una moto y una camioneta gris polarizada, que ella reconoció como el vehículo de su vecino, el papá del niño gordo de la bicicleta.
“Me hizo trampa y caí. La llamada que me hicieron no fue para alertarme fue para confirmar que yo estaba en la casa y caerme”, dice ahora. Los policías la sentaron en el sofá. Su mamá quiso sentarse a la par, pero la mujer policía le señaló una silla más alejada y le ordenó sentarse ahí.
Luego empezaron a interrogarla sobre su papel en el periodismo de Nicaragua; por sus redes sociales, por sus contactos de la ONG. Le preguntaron que quien le enviaba dinero del exterior y por qué: “¿Estás trabajando con algún medio golpista”?, le insistían.
Ella contó que tenía años fuera del oficio, su hermano le mandaba remesa cada mes para los gastos de la casa y que no tenía nada que ocultar. No le creían e insistían en que confesara para qué medio trabajaba. “Yo me cerré, no trabajo para nadie, por eso estamos jodidas en la casa, si no es por mi hermano que se fue en 2021, no comemos”, narró.
La interrogadora bajó el tono de voz y tranquilizó a la madre. Los policías empezaron a revisar la casa.
Se llevaron su diploma universitario y unos viejos recortes de periódicos. Tomaron la laptop, una tablet, discos duros, el modem de Claro y memorias USB con fotos familiares, libros en PDF, canciones en MP3 y otros archivos.
Ella, que temía que un día llegaran por ella, ya se había dado a la tarea de borrar todo archivo comprometedor y había dejado cosas que ella consideraba “normales”. Un policía encontró su teléfono en la papelera y la mochila en un balde del baño.
La mujer policía se puso furiosa y alterada. Luego la obligó a quitarle la contraseña del teléfono y se puso a revisarlo. Después se lo pasó a un nuevo civil que apareció en moto y este empezó a marcar, a revisar y revisar el dispositivo.
Luego sacó el chip y lo metió en un teléfono de teclas y se lo dio a la policía. La mujer le dijo en tono amenazante: “aquí está tu chip. No se te ocurra sacarlo de este teléfono. Nosotros te vamos a estar llamando en cualquier momento, mantenerlo cargado y siempre a mano”.
Se llevaron los equipos electrónicos y papeles, incluyendo un folder con la escritura de la casa que se está pagando al banco. Antes de irse la mujer le volvió a advertir: “cuidado no respondes ese teléfono. Desde hoy tenés casa por cárcel”.
“Bettina” estuvo cerca bajo esa restricción. Sin internet, sin comunicaciones y con la inquietante certeza de que estaba vigilada día y noche, aunque no siempre viera una patrulla o un vehículo fuera de la casa.
“Yo sentía que eso no era vida. A veces me llamaban una o dos veces por semana. Las dos últimas semanas no me llamaron del todo. Al inicio me preguntaban mi nombre y mí número de cédula. Otras ocasiones me preguntaban la dirección de la casa o mi fecha de nacimiento”, narra.
Una única vez la mujer que la interrogó le dijo: “tenés permiso de salir a hacer compras o mandados, pero siempre quiero que respondás ese teléfono, de todos modos nosotros igual nos vamos a dar cuenta dónde vas. No olvidés que estás casa por cárcel”, le insistió.
Ella se fue del país un mes después del allanamiento y dejó el teléfono abandonado con todo y chip en un bus de Metrocentro.
Nunca le dijeron las razones del interrogatorio; no le presentaron una orden judicial, no la citaron al Ministerio Público, no le entregaron un documento por los equipos que se le llevaron y no la hicieron firmar nada. Solo sabía que tenía “casa por cárcel”.
El caso de Bettina es uno entre tres testimonios más de periodistas independientes de Nicaragua, que fueron interrogados e interceptados por policías en los últimos meses de este año en Nicaragua. En todos los casos, los policías se presentaron sin orden judicial, fuera de horario regular incluyendo de madrugada o a medianoche a las casas de las víctimas.
A dos de ellos, les advirtieron que debían presentarse a la estación policial más cercana a estar firmando cada 72 horas y que no podían salir de la casa sin autorización policial. A uno de ellos, la patrulla llegaba a su casa día de por medio. Él salía al portón y un policía le tomaba una foto y se iba.
Algunas veces llegó un motorizado a hacer lo mismo y en otro caso llegó un miembro del Consejo de Liderazgo Sandinista del sector a preguntar por él. Luego llamó por teléfono a alguien a quien le dijo: “Aquí está el objetivo, en su casa”.
En algunos casos, las víctimas de la represión en Nicaragua no sabían por quién preguntar en las estaciones de policías cuando iban a firmar y en otros casos, los mismos esbirros de las estaciones no sabían las razones de por qué llegaban a firmar; de modo que algunas veces firmaron en cuadernos de apuntes escolares, en otros firmaron papeles en blanco con su número de cédula y número de teléfonos y en otros casos les tomaron fotos con la cédula a la altura de la barbilla.
“Yo pienso que en realidad nunca tuvieron la intención de echarme preso. Porque, si así hubiera sido, si esa era la orden, ya estaríamos en El Chipote. Más bien creo que la intención es obligarnos a exiliarnos”, dijo otro periodista víctima de la represión este año en Nicaragua.
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