Por toda la ciudad
En Bogotá, es común ver venezolanos que residen en estos lugares donde entran y salen familias todo el tiempo, para ir a comprar comida o trabajar. Generalmente, se ubican en sectores vulnerables de la ciudad, a los que la VOA tuvo acceso, a pesar de las negativas de muchos administradores de querer mostrar el lugar o al negar que albergaban inmigrantes.
Para uno de los administradores consultados por VOA y quien no quiso revelar su identidad, la casa que administra cuenta con todas las condiciones para que los inmigrantes vivan en buenos términos. Allí, dice, el 60 por ciento de sus inquilinos son venezolanos. Por ahora, tiene capacidad para 15 personas, pero al terminar de remodelar el lugar, cabrán hasta 35.
“Hay unas piezas, habitaciones, muy pequeñas que están entre entre 10, 15 y 17, 19.000 mil pesos (un poco más de 5 dólares) y ahí va incluido el agua, la luz, el internet, el gas natural, todos los servicios”, afirma.
Debido a la situación económica de algunos inquilinos y su inestabilidad para quedarse en algún lugar, las pérdidas llegan a un 40 por ciento: “A veces duran un mes, dos meses. Pagan bien unos días, otros días se van debiendo”, cuenta.
Aunque dice que es consciente de que algunos no pueden pagar las residencias, debe sacarlos, pues su casa es subarrendada y debe cumplir con la mensualidad: “Uno trata de tenerles paciencia, porque hay otros que en realidad sí les va mal. Vienen al otro día, le pagan a uno completo y allí están”, señala.
Además, señala que en su casa no viven muchos niños porque le preocupa la seguridad de los mismos: “Uno no sabe que otra persona esté por ahí, que empiece por allá a mirarlos, entonces más bien me evito que vivan con muchos niños … y que cuando se van a trabajar, se los lleven”, dice el administrador.
Esteban Chirinos tiene una mirada parecida, pues es administrador de un pagadiario, donde ve venezolanos -como él- todos los días tratando de ganarse la vida.
Llegó en diciembre de 2019 con sus dos hijos. Su esposa, quien ya residía en Colombia, lo persuadió para salir de su país. Para él, no ha sido fácil, pero dice que gracias a Dios no le ha faltado nada. Fue asistente de un sastre, luego trabajó en albañilería y ahora administra esta residencia de 21 habitaciones donde, según dice, hay más colombianos que venezolanos. Todos con algo en común: una situación económica difícil.
“Se ha visto dura para pagar y se ha visto fuerte, entonces para pagar es un poquito exigente porque tengo que ponerle presión a la persona para que pague. A veces no los tienen, entonces a veces tengo que dejarlo porque me da cosa dejar una persona afuera”, cuenta Esteban, quien agrega que si acumulan tres días sin pagar, deben irse.
En este lugar, se alquilan habitaciones -desde casi los cuatro dólares- con cocinas y baños compartidos. Algunas -de casi siete dólares- tienen cocina y baño privado, pero ninguna de ellas está amoblada.
“Esa es la vida aquí, como es pagadiario, tienen que estar día a día, estar luchando saliendo a buscar qué consiguen para pagar la habitación. Y con la cuarentena y la cosa, se les ha hecho un poco difícil… He escuchado que en otros edificios que sí cobran el día, así no los hayas trabajado. Si no lo pagas, no te dejan entrar”.