Un día antes de la tragedia del terremoto de aquél 23 de diciembre de 1972, la única señal rara que presenciaron los habitantes de Managua fue el atardecer rojizo que extendió su tinte sobre el cielo. Se miraba desde el lago Xolotlán hasta los suburbios en la salida hacia Masaya y por la zona del aeropuerto.
Aquella Managua era una pequeña ciudad, bonita que, si bien no era una metrópolis, tampoco tenía nada que envidiarles a otras capitales de Centroamérica. No era necesario usar vehículo en aquel entonces, porque todo quedaba bastante cerca y muy accesible: bancos, iglesias, oficinas de Gobierno, restaurantes, cines.
También había mucha actividad nocturna y en la ciudad estaba el Night Club Versalles, que normalmente preparaba grandes shows, además del Gran Hotel que iba a ofrecer un baile de despedida de año para el 31 de diciembre de 1972.
Otro sitio famoso de la vieja Managua y que aglomeraba a varios comensales era La Espuela, un salón cervecero donde convergían profesionales para platicar entre vasos y botellas de cebada u otros cereales fermentados en agua, malta y lúpulo.
La capital tenía otras opciones de esparcimiento en El Colonial y El Club Social de Managua.
Pero ese año no hubo festejo de Navidad en Nicaragua. No había nada que celebrar. Todo era luto. Diez mil muertos en vísperas de la mejor época del año.
Un sismo se sintió a eso de las 10 de la noche del 22 de diciembre que dio el primer aviso a los managuas. Ese primer movimiento alarmó a más de alguno, pero el que de verdad puso en vilo a los capitalinos fue el de las 12:35 de la madrugada del 23 de diciembre.
“Los habitantes de Managua bien podían, sin que se les tildara de locos, haber aguzado el oído a la espera de la trompeta. Si realmente habrá algún Día del Juicio, este fue el ensayo final”, escribió el periodista Horacio Ruiz en una de las crónicas que mejor describe la tragedia y que fue publicada en el diario La Prensa el 1 de marzo de 1973, con el famoso titular “En 30 segundos…Solo Hiroshima y Managua”.
“Imposible será a las generaciones futuras imaginar lo que vivimos los habitantes de Managua el 23 de diciembre de 1972. En la guerra la destrucción llega cuando todos han huido o se han refugiado. Es una desgracia prevista. En un huracán, los primeros vientos soplan advirtiendo, con relativa suavidad. Con los grandes incendios se puede huir», relata Ruiz en su crónica titulada Ensayo del juicio final.
En un terremoto como el del 23 de diciembre de 1972 en Managua, todos sus 400,000 habitantes fueron «lanzados repentinamente a un foso de angustia local. Al miedo del momento se sumaba el miedo del futuro. En segundos, todo se había convertido en nada”, agrega Ruiz.
Román Gutiérrez tiene hoy 76 años y todavía recuerda que esa noche estaba esperando a su esposa que llegaba tarde de su trabajo.
El sismo lo agarró en la cocina, mientras se servía un pinolillo. “Yo sentía que el piso debajo de mí se movía como agua, como las olas del mar. Primero me agarré de la mesa y después me metí debajo de la mesa”, recuerda el hombre que por el movimiento derramó el pinolillo en el piso.
De su casa, se rompió una pared de uno de los cuartos y se hundió el baño que estaba construido sobre una fosa que muchos años atrás funcionaba como letrina.
Él vivía en la vieja Managua, cerca del Banco de América y lo primero que Rodríguez pensó fue que el edificio se había caído, pero cuando salió a la calle, vio que el edificio seguía en pie, pero las casas de la calle donde él vivía estaban totalmente destruidas.
En otro sector de la capital vivía Mariana Rosales, quien en aquel entonces tenía 23 años. Rosales recuerda que muchos viejos edificios se vinieron abajo. “Managua quedó pelona”, dice para describir cómo solamente una pequeña parte de las edificaciones grandes de la vieja Managua quedaron en pie.
La mayoría de las casas estaban construidas de taquezal, que era una especie de plancheta hecha de barro, lodo y zacate.
La caída de los viejos edificios hizo que se levantara una enorme nube de polvo sobre la ciudad. Se cortó la luz eléctrica y se registraron pequeños incendios en varias zonas que tardaron varios días en ser sofocados. Esa noche, la luna y las estrellas quedaron opacadas por el humo y el polvo.
Rosales y Gutiérrez coinciden al relatar cómo en las calles se escuchaba a gente gritando por auxilio desde los escombros.
Eran gritos de ayuda, de dolor, de miedo, llanto. Después empezaron los rumores de que un barrio completo había desaparecido, y los que estaban al lado también. repartos, residenciales y apartamentos.
Los managuas estaban todavía tratando de asimilar lo sucedido cuando de repente se movió la tierra otra vez. Un segundo temblor, que según Gutiérrez “hizo sonar la tierra” a eso de las dos de la mañana, terminó de botar los edificios que quedaron débiles por el primer sismo.
Las estructuras de los hospitales también colapsaron, solamente el viejo hospital El Retiro quedó en pie, aunque con graves daños en la edificación.
Los heridos llegaban por montones y rápidamente saturaron los pasillos y salas de los centro hospitalarios. Muchos heridos tuvieron que ser ubicados en los patios del hospital.
El exrescatista, Clemente Balmaceda, contó al diario La Prensa en 2017, que cuando llegó a la sede de la Cruz Roja después del terremoto, se encontró con que las instalaciones de dos pisos habían colapsado y las cinco ambulancias habían quedado bajo los escombros y varios voluntarios de turno habían muerto.
No había suficientes rescatistas para auxiliar a las miles de personas que quedaron bajo los edificios esa madrugada, de manera que los pocos que estaban tuvieron que improvisar.
Los bomberos tampoco podían apagar el incendio que avanzaba sobre los escombros y las pocas casas que quedaron en pie.
El entonces comandante de bomberos de Managua, René Selva, también contó al diario La Prensa en 2017 que había ordenado al jefe de turno de la estación que sacara las cisternas a la calle, porque no le gustaba el color rojizo que tenía el cielo esa noche ni el calor que estaba haciendo, pero cuando lo reemplazó otro jefe de turno mandó a guardar las 16 cisternas, que quedarían aplastadas.
Al amanecer de ese 23 de diciembre, los managuas se dieron cuenta de la magnitud del evento.
No se podía circular por las calles porque estaban destruidas y con escombros sobre las vías, los alimentos escaseaban, no había combustible, medicamentos, ni agua. Tampoco faltaba quien aprovechaba la desgracia para robar en comercios o en hogares que quedaron abandonados.
Los muros, techos y paredes enteras que son armadas para residencias sólidas estaban desmoronadas en Bolonia.
“El Reformatorio de Menores, una estructura rectangular, se había deslizado de oeste a este, y parecía un enorme cepillo de los que se usaba antaño para raspar hielo”, describió Ruiz en su crónica.
La calle 27 de Mayo fue el escenario de filas de casas derrumbadas que llegaban hasta el viejo edificio donde estuvo el Seguro Social de cuatro pisos y que quedó extendido sobre la calle.
Los sobrevivientes tuvieron que velar a sus muertos de manera improvisada en las pocas casas que quedaron en pie y algunos tuvieron que velar a sus familiares en la calle. En medio de todo, la gente se dio cuenta de otra escasez: no había suficientes ataúdes.
En Managua tampoco funcionaba la radio, mucho menos la televisión. Los managuas estaban incomunicados con el mundo, hasta que de repente se escuchó un ruido familiar en el cielo. Era una avioneta blanca que hacía el primer vuelo de reconocimiento.
“No era nada más que una avioneta, pero en aquel momento resultaba una señal de vida, una como ilusión de que los managuas teníamos comunión con algo, por insignificante que era, y que ese algo estaba separado de aquel panorama desolado y terrible”, relató Ruiz en su crónica.
Reconstruir Managua tomó mucho tiempo, incluso después de la caída de la dictadura somocista en 1979, todavía había varios lugares en la capital sin haber sido reconstruidos y había denuncias de que Somoza desviaba la ayuda internacional para su beneficio.
Entre los edificios más altos que había en aquel entonces estaban el del Banco de América, donde hoy se ubica la Asamblea Nacional, y el del Banco Central que tenía 12 pisos y con el sismo le quedaron solamente tres. De los pocos que soportaron el terremoto se cuentan también el Teatro Nacional, el Palacio Nacional, el cine Margot, el cine González y el hotel Intercontinental (ahora Crowne Plaza).
También sobrevivió la antigua Catedral de Managua, que sigue en pie, agrietada y clausurada la que ha sido testigo de los momentos más históricos de los últimos tiempos, como el del triunfo de la Revolución Sandinista en 1979.
II ENTREGA DE II Entrepatrias / IP Nicaragua Desde que Reyna Ceferino llegó a Costa…
* Familias huyeron de la persecución, la vigilancia estatal y las amenazas, abandonaron su país…
El Papa asegura que “caminar juntos apoyados en la tierna devoción a María nos hace…
El obispo expresó su descontento durante la misa vespertina del domingo pasado, por que el…
Un joven nicaragüense que migró a Costa Rica desde pequeño, realiza prótesis a personas de…
El Gabinete tradicionalmente incluye al vicepresidente y a los líderes de los 15 departamentos del…