**Faisuris Álvarez, una emprendedora venezolana, comenta que en un día bueno puede vender mas de 100 empanadas y, a pesar de la cuarentena radical, mantiene abierto su negocio.
Por Voz de América
Rodeada de calderos, aceite, harina de maíz y pescado, Faisuris Álvarez amasa y combina sabores venezolanos, en el pequeño mesón de su kiosco de empanadas en una playa de La Guaira, una zona costera situada a poco más de una hora viajando en automóvil desde Caracas.
Con el olor del mar entrando y saliendo de su punto de venta, va armando cada empanada que vende a los que hasta allí llegan.
“Yo estoy aquí para cumplir todo lo que el cliente desee comer en ese momento”, dice orgullosa.
Este día el cielo está completamente azul y despejado, perfecto para un día de playa.
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Pero su kiosco y otros negocios que colindan con el suyo, -todos ubicados en una especie de galería de concreto que se alza entre la carretera y la arena-, están vacíos. Es día de confinamiento “radical”, un método impuesto por el gobierno de Venezuela en el que se restringe la actividad comercial por una semana y se flexibiliza en la siguiente y que es parte del plan para poner freno a la pandemia del coronavirus.
Álvarez dijo que los turistas llegan en grupos a playas como las ubicadas en La Guaira, procedentes desde Caracas.
“Un día de movimiento bueno podría vender más de 100, 200 empanadas”, calcula Álvarez, de 33 años, y de ellos ocho dedicados a cocinar y vender en puntos de ventas a la orilla de la playa, a donde llegan los turistas.
Tiene clientes fijos, quienes a través de mensajes de texto le hacen pedidos con anticipación.
Durante la visita de la Voz de América al negocio de Álvarez, solo tres familias -unas nueve personas en total- se acercaron a consumir en su kiosco llamado el Eisimar, que no cierra, aunque en la semana esté estipulado el cierre «radical».
“Aunque sea una sola empanada que me vengan a consumir, eso a mí me enorgullece porque estamos viendo el vehículo del cliente en este lugar, sabiendo que hay escasez de gasolina”, dice esta carismática mujer mientras camina entre el mesón donde prepara las deliciosas empanadas y el fogón con el caldero de aceite donde las fríe.
“En los tres años que yo tengo trabajando aquí no he visto un turista extranjero, nunca jamás he visto a un gringo como decimos nosotros, la mayoría de quienes vienen son de Caracas”, explica, para exponer la inseguridad crónica que padece la nación del gobierno socialista, que a su juicio está espantando a los visitantes.
La empanada resiste todo, incluso la crisis
La crisis que describe esta emprendedora venezolana es similar a la que padece todo Venezuela, y que incluye fallas en el suministro de servicios básicos como agua, electricidad, gas doméstico y gasolina, sumado al alto costo de la vida.
«Ay, se me está acabando el gas, Dios mío», murmura mientras continúa moviéndose de un lado al otro.
Recuerda entonces que el abastecimiento de gas doméstico es crítico desde hace varios meses, lo que ha disparado los precios en el mercado negro.
“Es una cruel realidad”, dice con preocupación Faisuris, seria. “Nos vemos en la obligación de pagar una bombona de gas (doméstico) en unos $12 dólares y lo hacemos para poder atender a nuestra clientela, el gas es una sola matraca (corrupción)”, lamenta.
“El otro principal problema es el abuso de los policías me han venido a pedir colaboraciones infinidades de veces para dejarme trabajar”, comenta.
“Somos trabajadores que estamos buscando la manera de sobrevivir en medio de una situación: pandemia país y pandemia política”.
Un dólar, una empanada
El salario mínimo mensual que recibe un trabajador es igual al valor de una empanada: un dólar estadounidense.
La empanada frita es la reina de las comidas callejeras en la costa: se prepara mezclando harina de maíz precocida – la misma que se usa para la arepa -, agua y sal. Se rellenan con varios tipos de rellenos: “de cazón, guacuco (almejas), camarones, carne mechada, plátano con queso, caraotas (frijoles),” enumera Álvarez hasta llegar a 20 tipos.
El sonido “crujiente” que se desprende de sumergir la masa en aceite se mezcla con una música de merengue que suena al fondo, procedente de un equipo de música que sirve a unos cuatro locales vecinos al de esta emprendedora.