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La agonía del río Wangki

En la comunidad de San Andrés de Bocay, a más de 120 kilómetros río abajo de Wiwilí, cabecera municipal de esta comarca, la vida sigue como siempre la han vivido los indígenas de la etnia miskita, a la orilla del cada día desfalleciente río Coco  o Wangky, en lengua indígena.

“La gran serpiente está herida de muerte” dice uno de los ancianos indígenas, refiriéndose al Wangky, el eterno río de sus antepasados que apenas respira con las lluvias que en inverno llenan sus venas, pero en verano languidece a la espera de que el sol seque la última gota de agua.

Comunidad de San Andrés de Bocay. Foto: Orlando Valenzuela / IP Nicaragua.

 

Aquí la gente vive de lo que puede: cultivo de tubérculos, caña de azúcar para endulzar con la melaza, crianza de cerdos y gallinas, caza de guatusas, guardatinajas y otros mamíferos menores,  un poco de  pesca artesanal  para la comida del día, porque ni siquiera hay electricidad para refrigerar y guardar para el día siguiente, no hay fuentes de trabajo, no hay agua potable de calidad, no hay medios de transporte  regular, ni centro de recreación para los niños, ni comunicación por teléfono convencional,  ni telefonía celular.

Otros van río arriba a lavar oro a la orilla de los playones que ha dejado la sequía del verano y la brutal política de tierra arrasada de los ganaderos hondureños, que han despalado hasta el borde del río, sin que nadie del gobierno local ni central diga nada, aún recibiendo denuncias del ecocidio que cada día se comete en el que aún es considerado el río más largo de Centroamérica.

¿Qué pasa en el río Wangki?

En estas comunidades indígenas de río coco abajo, en verano casi no circulan los botes ni los cayucos hechos de tucas a punta de hacha y piocha,  porque con suerte,  en ocasiones los bancos de arena obligan a los pasajeros a empujar la pesada embarcación debido al bajo nivel del agua, en otras, no queda más opción que echarse a tuto mercancías y canoa para avanzar sobre el lecho arenoso en busca de la corriente.

Pobladores de las riveras del Río Coco trasladándose en pipante. Foto: Orlando Valenzuela / IP Nicaragua.

Lo más difícil es cruzar los “saltos”,  aquí llamados “rápidos”, que son accidentes geográficos que en algunas ocasiones se convierten en riscos peligrosos que hay que bordear.

El río coco se resiste a la muerte y sufre una larga agonía que empezó cuando las grandes empresas madereras arrasaron con los bosques de pino del Norte de Nicaragua y los ganaderos del sur de Honduras hicieron lo mismo con sus pinares para  desarrollar la industria ganadera en sus riberas.

Es por eso que durante el verano, desde su nacimiento en el cañón de Somoto, hasta  Wiwilí, (más de 120 kilómetros) el río desaparece en grandes trechos y en su lugar solo circula un charquito de agua que la gente cruza a  pie y hasta en bicicleta.

Además de la trocha que los ganaderos hondureños construyeron en el borde del río, de la cual todos sus sedimentos caen al caudal y que a la fecha ninguna autoridad nacional se ha pronunciado o protestado, en las comunidades son conocidos los casos de sujetos que han cometido delitos contra la naturaleza y continúan campantes como si no hubiesen hecho nada.

Es el caso de un colono que a vista y paciencia de todos los que pasan en panga cerca del sitio conocido como confluencia del Río Bocay, cortó con motosierra todos los grandes árboles del bosque, hasta el borde del mismo río y luego le prendió fuego para “limpiar” y dejar el terreno listo para sembrar pasto para ganado.

Lo peor es que el sujeto en mención no tiene ganado que paste en tanto potrero. El caso fue denunciado por pobladores vecinos y llegó hasta la Procuraduría Ambiental de Wiwilí, donde el depredador, en vez de recibir sanciones, salió contento con un “arreglo” que hizo con las autoridades del Ministerio Agropecuario y Forestal (Magfor), los mismos que  autorizan y otorgan los permisos forestales para botar un árbol, solo que aquí fue una montaña.

Lo irónico es que en esta zona, que pertenece a la gran Reserva de Biósfera de Bosawas, está terminantemente prohibido botar un solo árbol.

Otro sujeto, conocido como «Toño», también ha hecho de las suyas. Es un tipo que armado de escopeta, un día por pura diversión mató a varios lagartos adultos que estaban asoleándose en uno de los  playones que se forman río abajo de San Andrés de Bocay.

«El río es nuestra vida, nos da de comer y beber, por él vivimos y si el río muere, nosotros también morimos con él», dice otro anciano de la comunidad a IP Nicaragua.

En su recuerdo, como viejas historias de un  lejano pasado, don Severino trae a su mente las leyendas que en su niñez escuchó de boca de sus abuelos, sobre mujeres con cuerpos de serpiente, otras con espíritus que viven en las profundidades de las pozas y hasta de bellas muchachas que se bañaban cerca de los raudales y cuando alguien las quería ver, sus risas se escuchaban en otro lugar.

Comunidad de San Andrés de Bocay. Foto: Orlando Valenzuela / IP Nicaragua.

La tristeza embarga el alma de los más ancianos,  que son los que más tiempo han disfrutado de la compañía del inseparable dador de vida.

 

Lo cierto es que las comunidades indígenas, que por siglos han vivido en las riberas del río coco, siempre han hecho uso racional de los recursos naturales que les rodean, pero factores externos, como la expansión de la frontera agrícola, invasión de colonos y la introducción de ganadería intensiva está cambiando no solo el otrora verde paisaje, sino también el clima húmedo y brumoso del trópico a sofocante calor que ahora impera   a lo largo del río.

Daño avanza

Para el científico y ambientalista Jaime Incer Barquero, los grupos indígenas, sumos, miskitos que están en el curso medio e inferior del río, por ahora tienen agua porque todavía allí hay montañas y no ha habido un desbande de la población, «pero eventualmente (la deforestación) va a ir progresando, porque hoy llega hasta Wiwilí, mañana va a llegar a Yawalkas, luego a la desembocadura del Bocay y si esto sigue, tarde o temprano ese hermoso, grande, ancho río coco que vemos en la zona de la costa Caribe, va a irse», apuntó Incer.

Agregó que ahora el problema es que están destruyendo Bosawas, que es donde nacen los principales afluentes tributarios del río Coco, que son el Bocay y el Waspuk,  porque ha habido colonización autorizada, promovida a base de expulsar a los indígenas, correrlos y matarlos.

«Al desaparecer esos bosques,  ese problema con los indígenas se va a acentuar no solamente por la pérdida del río y del bosque en si, sino la desaparición de esa cultura,» sentenció Incer.

.Cocodrilo Americano. Foto Orlando Valenzuela / IP Nicaragua.

El científico nicaragüense cree que  parte del problema de deforestación y pérdida del caudal del río coco tiene que ver con la corrupción generalizada a todos los niveles de la administración pública, principalmente de las autoridades encargadas  de velar por los recursos naturales, como el Marena, el Inafor y alcaldías, que se han coludido con los madereros para explotar el recurso maderero.

«Todo es comprable y vendible. Bosawas va a desaparecer así como Indio-Maíz, que está siguiendo la misma  mala suerte, son reservas de biósfera  declaradas internacionalmente por la Unesco y son las dos únicas reservas de Biósfera del mundo que han sido explotadas, violando la legislación regional e internacional en todos los órdenes, y ese caso solo se ve en un país que se llama Nicaragua», lamentó Incer Barquero.

Por su parte, Jungen Guevara, oficial de industria extractiva del Centro Humboldt, opina que la agonía que padece  el río Coco se debe a varios factores, entre los que menciona un intenso cambio del uso de la tierra en toda la parte alta y media del río Coco.

Indígena Mayagna en río Amak, tributario del Río Coco. Foto: Orlando Valenzuela / IP Nicaragua.

«Esto ha producido pérdida en la capacidad de carga del acuífero, según datos que hemos monitoreado entre 2011 y 2018.

A nivel nacional se han perdido alrededor de 3,750.000 hectareas de bosques. De ello, un 20 %  corresponde a las áreas  naturales protegidas y sus zonas de amortiguamiento y de ese 20% unas 6 mil hectáreas que se concentran en zonas de bosques de pino y otros sitemas asociados a toda la ribera del río coco», expresó.

Guevara destacó la importancia de los bosques en el ciclo hidrológico. «Los bosques ayudan a filtrar el agua de lluvia y ayudan a la carga de los acuíferos. Sin bosques el agua no pude infiltrarse de  manera adecuada,  más bien se escurre y eso genera problemas de erosión y sedimentación en la parte media y baja de la cuenca,  y claro, la falta de recarga ha conllevado a la crisis hidrológica del río», explicó Guevara.

Para dar una idea del nivel de destrucción del medio ambiente, Guevara reveló que cada año, más de 75 mil hectáreas de bosque se pierden en el país y planteó la necesidad de implementar planes de conservación y manejo con enfoque de gestión integrado de cuencas, teniendo como meta la conservación y protección de los recursos hídricos, para ello es necesaria una planificación estratégica a nivel de cuenca.

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