La historia del monaguillo Kevin Martínez es una de varias que muestran la persecución que viven los miembros de la Iglesia católica en Nicaragua por parte del régimen Daniel Ortega y Rosario Murillo, que mantiene a más de 10 sacerdotes encarcelados, incluido el obispo de la Diócesis de Matagalpa, Rolando Álvarez.
Kevin Martínez, de 17 años y originario de Diriomo, creció en medio de una familia de escasos recursos que profesa la religión católica. Desde que tenía cuatro años, su abuelito lo llevaba a las actividades de la iglesia, y se convirtió en devoto de la virgen de Candelaria, la Santa Patrona de su municipio.
A los cinco años, Kevin fue a una iglesia de Diriomo y dijo que quería servir como monaguillo.
Su abuelito habló con el sacerdote de la parroquia y lo aceptaron. Desde ese día, se convirtió oficialmente en monaguillo de la Iglesia católica de Nicaragua.
Poco a poco fue dándose a conocer entre los sacerdotes de la zona y tiempo después fue enviado al Seminario Mayor San Pedro Apóstol en Diriá, para ayudar a un sacerdote exorcista.
Después, lo mandaron a Nandaime para ayudar en la parroquia Jesús Nazareno, en donde conoció al padre Manuel Salvador García, el primer cura que el régimen arrestó, enjuició y condenó por agredir supuestamente a una mujer.
Martínez estaba ubicado en la parroquia Santa Ana de Nandaime y mientras servía como monaguillo, estudiaba su secundaria.
Un día de mayo de 2022 recibió la llamada de un número desconocido y cuando contestó, una mujer que se identificó como la subcomisionada de la Policía de Nandaime, Cecilia Rodríguez, le dijo que necesitaba que le entregara una citación al padre Manuel Salvador García.
Martínez fue a recoger la citatoria y luego se la entregó al padre. “Él la abrió, la leyó y la rompió. La echó a la basura”, recuerda Kevin, y desde ese día, el sacerdote tuvo que irse de la parroquia para resguardarse en un lugar seguro. Sabía que irían por él.
El 30 de mayo de ese año, simpatizantes del régimen divulgaron entre los pobladores de Nandaime que el padre supuestamente había golpeado a una mujer.
Martínez, cree que la dictadura buscaba motivos para encarcelar a este y a otros religiosos, como al final lo hizo. “Antes ya lo seguían”, contó.
El sacerdote tuvo que moverse de la parroquia Jesús Nazareno, a otra parroquia o donde familiares, pero la dictadura lo seguía. A Martínez le encargaron ir acompañar a un laico para cuidarla, pero el otro hombre nunca llegó, de manera que el monaguillo estuvo solo por varios días en el templo.
La madrugada del 31 de mayo, mientras Martínez dormía en la parroquia, el ruido de varias camionetas en la calle lo despertó.
Se asomó por una ventana y se dio cuenta que eran varias patrullas con policías y perros de la técnica canina. Desde la ventana, identificó a la subcomisionada Rodríguez y al comisionado Ramón Avellán, quien tocó la puerta de la parroquia.
El monaguillo se asustó, pero de igual manera, abrió la puerta. “Entreganos al padre. Ya sabemos que está aquí”, le dijo Avellán. Él respondió que el sacerdote no se encontraba en el lugar a esa hora.
“El padre ya se había ido, entonces el jefe policial me dijo que me atuviera a las consecuencias, porque él creía que yo lo estaba escondiendo. ´Si me estas mintiendo vuelvo por vos’, me amenazó”, relata Martínez.
Minutos después, el comisionado Avellán se retiró del lugar, pero dio la orden a unos agentes de quedarse por si aparecía el padre para llevárselo detenido.
Al padre García lo detuvieron horas después. Lo secuestraron y lo llevaron a la Dirección de Auxilio Judicial, mejor conocida como “El Chipote”.
Martínez supo de la detención hasta el día siguiente. No sabia qué hacer. Estaba a cargo de la parroquia, pero sentía miedo que igual que al padre, lo llegaran a traer.
Estuvo sin salir del lugar por varios días, sufriendo el asedio de policías y paramilitares que merodeaban la zona, hasta que le ordenaron que regresara a la parroquia Santa Ana.
El 24 de diciembre de 2022, meses después de la detención del padre García, el monaguillo Martínez no pudo ir a visitar a su familia en Diriomo porque le tocó ayudar en la misa de Navidad, además de transmitirla por las redes sociales desde la parroquia Santa Ana.
Sin embargo, le dieron libre el 31 para que pasara Año Nuevo con su familia.
Antes de irse a Diriomo, el 30 de diciembre, al monaguillo lo mandaron a una parroquia de Moyogalpa, en la isla de Ometepe, para que apoyara a un sacerdote con la misa de ese día.
El 31 por la mañana, quedó libre y tomó un Ferry de la isla hacia San Jorge y luego se movió a Rivas para tomar un bus que lo llevaría a Diriomo.
Kevin cuenta que ese día llevaba su traje de monaguillo en una bolsa, la cual se le rompió y la prenda cayó al suelo. El joven se detuvo, levantó el traje y lo extendió para sacudirse el polvo y de repente, una patrulla de la Policía se detuvo frente a él.
Un policía se bajó, le pidió su cédula y tras verificar su nombre, lo golpeó en la boca del estómago. “Lástima que no tenés 18, porque si no, ya estarías bien guardado”, le dijo el policía, mientras el joven se retorcía de dolor en el piso.
Nunca entendió el motivo de tal agresión, pero cree que fue por su traje de religioso.
Después los policías se retiraron del lugar, pero no le devolvieron la cédula. En ese momento, Martínez sintió temor de volver a Diriomo en bus porque pensó que en el camino, podían llevárselo detenido, de manera que decidió irse hacia la frontera con Costa Rica.
Llegó a la frontera cerca de medio día y varias personas se le acercaron para ofrecerle sus servicios de coyote. “Yo no tenía dinero para pagar. Me decían que les diera mi celular y ellos me cruzaban”, relata.
Una mujer le ofreció ayuda cuando le contó que era monaguillo y lo seguía la dictadura.
Kevin se juntó con un grupo de unas 20 personas hasta que los retuvieron agentes migratorios de Costa Rica y como él era menor de edad y no tenía identificación, lo llevaron a una oficina de migración.
El joven contó su situación a los agentes y les dijo que quería solicitar refugio en Costa Rica, porque temía ser detenido en Nicaragua. Los agentes hicieron el trámite y se comunicaron a través de una videollamada con su familia.
El padre de Kevin, les dijo que tenía una tía en Costa Rica, que lo podía recibir por un tiempo, pero como era menor de edad, los agentes migratorios tuvieron que llevarlo al Patronato Nacional de la Infancia (PANI), que es una institución costarricense encargada del bienestar de los menores de edad.
A las siete de la noche del 31 de diciembre, mientras en Nicaragua las familias celebraban el último día del año, fue trasladado a Guanacaste, a una sede del PANI. Ahí, le tomaron su testimonio y junto al guarda de seguridad y otras dos muchachas, recibió el año 2023.
Por la mañana, una vez que verificaron que su tía podía recibirlo en San José, la capital costarricense, lo dejaron ir.
Hoy vive en Costa Rica, con su tía, en la periferia de San José y recientemente consiguió trabajo como camarógrafo en un canal de televisión, aunque todavía está en entrenamiento.
Mientras tanto, su familia en Nicaragua añora verlo pronto. Kevin Martínez comenta que su abuelita se puso demasiado triste con su exilio y que ha querido ir a visitarlo, pero como son personas de escasos recursos, es muy difícil para ella hacer el viaje.
Asegura que está informado sobre lo que pasa con los sacerdotes y laicos en el país y cree que definitivamente su fe le valió. “Dios me trajo hasta aquí, él me protegió”, dijo.
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