Bryam Martínez
En mayo y junio, algunas calles de Managua se volvieron un poco áridas por el miedo al covid-19. Muchos decidieron quedarse en casa para resguardar su salud y la de su familia, pero no toda la población podía hacer lo mismo, como es el caso de las trabajadoras sexuales.
En su cartera, además de maquillaje y preservativos, ahora llevan alcohol en gel y mascarillas, como medida de seguridad ante el covid-19 y de esta forma poder ejercer el oficio con que aportan económicamente a su hogar.
Algunas aseguran que a veces no se ponen mascarillas, ya sea porque no tienen como adquirirlas o porque los clientes reclaman al no poderles apreciarles bien el rostro.
Para las mujeres trans, que tienen como oficio el trabajo sexual, es un camino un poco más difícil, porque tienen que lidiar con el estigma social que hay hacia su trabajo y la discriminación, por ser parte de la población LGBTIQ+.
Shery Escalante recuerda perfectamente la primera vez que salió a las calles a realizar trabajo sexual. Estaba nerviosa porque pensaba que las demás compañeras que ya tenían más años en el oficio se iban a molestar por su presencia.
Esta joven originara de Managua -ahora con 28 años- asegura que lo más complicado cuando está en una zona de la capital, son los hombres que llegan a molestarlas, les tiran piedras, les quitan las pelucas, las ofenden o agreden.
La crisis sociopolítica que enfrenta el país desde el 2018, y ahora la pandemia, vino a afectar la situación de las trabajadoras sexuales, reduciendo a menos de la mitad el dinero ganado. A veces no ganan nada en una noche y para colmo han aumentado los robos y violencia en las calles, plantea Shery.
Todos los días, la capitalina de cabello negro y piel color canela, asegura que sueña con ver cumplida una de sus metas, que es poner su propio negocio y dejar de salir a las calles a ganarse la vida. Por eso desea culminar sus estudios en el ramo de la belleza.
Al igual que Shery, Cedalia López tuvo que realizar trabajo sexual desde muy joven al ver en las condiciones de pobreza en las que estaba su familia.
“Desde los 14 años comencé en esto. Al verme en la necesidad, yo tuve que buscar cómo sobrevivir, busqué la calle”, narra esta mujer trans de 33 años.
Cedalia asegura que “la calle está dura”, porque casi no hay clientes. A pesar del peligro que representa la pandemia no ha dejado de salir, porque tiene que sobrevivir.
“Las calles están áridas. Salgo para agarrar aunque sea 100 pesos, porque si en la casa tengo arroz y frijoles, con ese dinero por lo menos agarro para el litro de aceite”, comenta.
Cedalia explica que lo poco que ella gana “no es dinero fácil, como dice la gente”.
“Las trabajadoras sexuales arriesgamos nuestras vidas en las calles, tenemos que aguantar todo tipo de ofensas y calificativos crueles”, subrayó.
Actualmente, también usa las redes sociales para hacer citas con algunos clientes. Asegura que de esta forma se expone menos.
“El dinero que gano no da para mantenerme. La verdad es que he buscado por otro lado, a veces llego a la casa sin ningún peso”, narra Cedalia, que además del trabajo sexual también lava ropa ajena, limpia casas y hace las uñas.
Taylor Mclain aceptó su verdadera identidad poco a poco, debido a que creció en un hogar muy apegado a la religión evangélica y tenía miedo al rechazo de su familia.
“Tengo 28 años y nunca he hablado con ellos, pero es obvio que saben lo que soy. No trato de involucrar a mis familiares por motivos de religión, para no estar en conflicto, pero yo me llevo muy bien con todos”, explica esta joven de piel morena.
“Escucho las prédicas y no me afectan. Lo que hice fue tratar de alejarme de la iglesia, siempre con mis creencias del cristianismo, me voy a morir y nadie me lo va a quitar”, añade la joven.
Taylor asegura que hace dos años no ejercía el trabajo sexual en las calles, sino de forma un poco más privada, pero a raíz de quedarse sin empleo tuvo que salir a las calles.
“Soy uno de los pilares en mi hogar, porque mi mamá se separó de mi papá. Todo el cargo cae sobre mí, entré en una depresión por querer conseguir dinero, pero en las calles a como se consigue, hay días en los que regresas a casa sin ningún córdoba”, añade.
La preparación antes de salir a las calles es “complicada y cara”. Taylor asegura que una peluca cuesta entre 500 y 2,000 córdobas, con la parte del maquillaje viene gastando como 500 córdobas quincenal, si sale diario a las calles. “En estos momentos no tengo maquillaje, por ejemplo. Mis compañeras me regalan. Gastamos un dineral en arreglarnos y a veces no conseguimos nada. Es un dinero mal invertido”, comenta Taylor.
Ante la difícil situación económica por la que está pasando el país, Gabriela Carbajal asegura que “trabaja de lo que salga”, para poder generar un poco de dinero.
Ha laborado impartiendo clases de danza, vendiendo lotería, en comedores populares y también en las calles como trabajadora sexual.
Para ella no fue difícil aceptarse como lo que es, una mujer trans. Lo difícil fue aceptarlo por su familia y su círculo social. Le gustaría lucir una apariencia femenina todo el tiempo, pero afirma que eso le acarrea mayores dificultades al momento de buscar algún empleo.
“Me gustaría vestirme como mujer todo el tiempo, expresar lo que soy; por motivos de tu apariencia a veces no podés aplicar a un trabajo, por el cual me he sentido rechazada. Hasta he tenido que cortarme el cabello para poder aplicar a un trabajo”, narra Gabriela.
Ludwika Vega es la coordinadora de la Asociación Nicaragüense de Transgéneras (ANIT), organización que promueve los derechos de las mujeres trans en el país.
A pesar de contar con pocos recursos económicos, Vega dice que entre las mujeres trans que conforman ANIT hacen un “trabajo de hormiga”, colaborando entre todas para poder ayudar a otras compañeras trans.
ANIT es un espacio donde las mujeres trans se sienten seguras. Muchas han acudido cuando se le están violentado sus derechos humanos o están pasando por alguna situación muy difícil. Con las trabajadoras sexuales ANIT realiza actividades en la parte de prevención y salud, ante los diferentes riesgos que enfrentan cuando salen a la calle.
“Otra de las formas de ayudarnos es en la parte de la comida. Nosotras somos afiliadas al banco de alimentos, que nos brinda los productos a un bajo precio. Esto para apoyar a ciertas compañeras de escasos recursos”, asegura Ludwika.
Tanto Ludwika, como el resto de las mujeres trans, aseguran que ellas no demandan de la sociedad aceptación o toleración, simplemente respeto. “Porque yo no me considero ni enferma, ni pecadora”, finaliza Ludwika.
Foto portada: Orlando Valenzuela.
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