A 41 años la alfabetización vive fresca en la memoria de sus protagonistas

  • El plan era erradicar el analfabetismo, que en ese entonces superaba el 50% de la población, logrando reducirlo a solo un poco menos del 13%, en un transcurso de cinco meses.

Orlando Valenzuela /IP Nicaragua

Hace 41 años, miles de jóvenes nicaragüenses dejaron la comodidad de sus camas, de la que disfrutaban en sus ciudades, para enfrentarse por cinco meses a la vida del campo en zonas rurales, a las que solo se podía llegar después de largas caminatas bajo lluvia o bajo el sol ardiente de verano.

Fueron meses de hambre, sed, piquetes de zancudos, amenazas de grupos armados. Al inicio había mucho temor e incertidumbre, pero después de varios días, ya habían hecho empatía con la forma de vivir de los campesinos, con quienes crearon lazos de hermandad que perduran hasta el día de hoy.

Esos miles de jóvenes fueron los protagonistas de la Cruzada Nacional de Alfabetización (CNA), iniciada un 23 de marzo de 1980 y que culminó a finales de agosto de ese mismo año.

El plan era erradicar el analfabetismo, que en ese entonces superaba el 50% de la población, logrando reducirlo a solo un poco menos del 13%, en un transcurso de cinco meses.

Con la alfabetización, los campesinos recibieron la luz del saber en sus propias casas. Foto Orlando Valenzuela/ IP Nicaragua.

Fue un movimiento de unos 60 mil brigadistas, encabezado por los jóvenes de entonces, logrando que los ojos del mundo se posaran sobre Nicaragua, al punto que la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura  (Unesco), reconoció la gesta educativa al conceder en el año 2007 la distinción Memorias de la Humanidad.

Historias hay miles. Una de ellas es la de Alfonso Mantilla,  quien a sus 16 años nunca había visto a una mujer desnuda y le tocó verla la noche en que la esposa del campesino donde él estaba alfabetizando, empezó con dolores de parto, sin jamás imaginárselo, de pronto se vio ayudando a la mujer a dar a luz a su bebé.

También está la historia de Luis Emilio, quien recuerda que tuvo que caminar a prisa un total de 50 kilómetros, en un trecho de ida y vuelta, solo para ir a su pueblo a pedir permiso a su papá para que lo dejara ir a alfabetizar, luego, cuando llegó a Murra, del departamento de Nueva Segovia, le tocó caminar otros 35 kilómetros a pie, montaña arriba, con una mochila a tuto hasta llegar a la casa donde se quedaría cinco meses para enseñar a leer y escribir a diez miembros de su familia anfitriona.

Allí se dio cuenta que en la casa no había ni agua potable, ni luz eléctrica, ni letrina y ni siquiera cama para dormir, pero se acomodó resignado en el suelo.

Jóvenes estudiantes de ambos sexos de varias ciudades importantes del país, participaron masivamente en la campaña de alfabetización. Foto Orlando Valenzuela/ IP Nicaragua.

Hubo otro alfabetizador que durante cinco meses caminó más de mil kilómetros, pues hizo más de 10 viajes, entre el punto de donde estaba alfabetizando hasta la cabecera departamental, distante a unos 50 kilómetros, para ir en busca de provisiones. Ida y vuelta eran 100 kilómetros a pie.

Otra joven brigadista recuerda que en una ocasión se resbaló y se fue a un guindo y paso la noche luchando contra nubes de zancudos y ante la amenaza de ser devorada por los tigres, que entonces todavía habitaban la selva segoviana.

A pesar del peligro, enfermedades y todas las amenazas latentes, todos se quedaron hasta cumplir con la misión de enseñar a leer y escribir a los campesinos.

“Fue el rostro y corazón de Nicaragua”

Para Henry Patrie, que formó parte de la dirigencia del Ejército Popular de Alfabetización EPA, esta fue una “invasión juvenil” en el campo, un intercambio de la realidad del campo que los jóvenes de la ciudad desconocían casi totalmente.

“Al entrar en contacto con el campo, fue otro mundo, venir y comenzar a sembrar frijoles, desgranar las mazorcas, eso fue una enseñanza de vida, la enseñanza de conocer la otra Nicaragua, la Nicaragua profunda, recordar esas largas caminatas en los fangos donde a veces uno se quedaba pegado y hasta tenían que llevar alguna bestia para que te sacara. Uno lo veía angustioso y catastrófico, pero después te cagabas de la risa”, relata Patrie.

Petrie asegura que fue allí donde aprendió a ordeñar vacas. “También ayudaba a hacer queso, aquello fue toda una experiencia. Recuerdo que  una vez, junto a Denis Hudson, unos monos congo nos persiguieron por todo un camino”, recuerda entre risas.

El ahora poeta y escritor, considera que fue muy importante la relación que se desarrolló entre los alfabetizadores y las familias campesinas que los acogieron y cuidaron por cinco meses. Esa relación y esa vivencia quedó marcada para siempre en los jóvenes alfabetizadores.

“La generación de la CNA fue el rostro y el corazón de Nicaragua durante aquel periodo que fundió todas las emociones posibles, que resaltó el camino y la alegría, el cumplimiento de una misión que dejaría huellas en Nicaragua. El resultado: de 50.35 % de analfabetismo se redujo al 12.96 %, tremenda epopeya que mereció el Premio Internacional Nadezhda K. Krupskaya de la UNESCO”, escribió Patrie en el prólogo del libro de testimonios de la CNA “Días de lluvia y Sol” de Orlando Valenzuela.

Campesinos alfabetizados llegaron a despedir a los brigadistas en Murra, Nueva Segovia, cuando finalizó la Cruzada de Alfabetización. Foto Orlando Valenzuela/ IP Nicaragua.

A pesar de aquel logro, Patrie señala que lo negativo fue la falta de continuidad del proyecto. “Es decir, la revolución no fue capaz de darle continuidad a ese esfuerzo, haber atacado de manera masiva el problema del analfabetismo y no de manera gradual”.

Patrie es claro al señalar la diferencia entre la actitud de aquellos jóvenes comprometidos con causas nobles y la nueva generación de seguidores del actual presidente Daniel Ortega, es que a estos últimos los mueve el fanatismo político y los intereses materiales.

“Nosotros combatimos a la dictadura (somocista) porque la dictadura para muchos jóvenes nuestros era sinónimo de asesinato, de represión, de falta de libertad. En términos globales quizás, muchos de nosotros no mirábamos los efectos económicos, sino que mirábamos los efectos políticos y humanitarios, jóvenes compañeros, amigos nuestros no necesariamente integrados a la guerrilla ni nada de eso, que fueron asesinados, solo por una sospecha o que fueron perseguidos, encarcelados, torturados”, afirma.

También recuerda que de aquellos jóvenes que alfabetizaron, muchos ahora  están fuera, otros murieron en acciones después de la alfabetización en los batallones de reserva o el servicio militar obligatorio o han fallecido por razones naturales.

“De los pocos que han quedado apoyando a la actual dictadura, creo que puede haber dos elementos, uno, por efecto del fanatismo político,  de creer que  la revolución es la misma, creer que lo que existe hoy por hoy es revolución y que  Daniel Ortega es el mismo líder  de aquel entonces,  allí estamos frente a una  mentalidad  retrógrada, es decir, que no son capaces de  dar un salto evolutivo  en su apreciación de las cosas, son mentes que se quedaron estancadas, atoradas en una determinada época”, reflexiona Petrie.

Además explica que hay otro grupo que sigue todavía a Ortega porque “están defendiendo intereses, porque tienen un cargo, porque son empresarios que han recibido grandes favores, porque desde el 2007para acá han se han amamantado del estado y de todas las condiciones que este les presta para que desarrollen su proyecto empresarial, están allí no por razones ideológicas, olvidémoslo, sino que la ideología es la posibilidad de desarrollar empresas”, cuestionó.

Alfabetización se usó para hacer campaña política

Por su parte, Luis Emilio Bustamante confió que él se sintió motivado a integrarse a la campaña de alfabetización por considerar que era una tarea noble apoyar a los campesinos que no sabían leer ni escribir.

La politización de la alfabetización fue uno de las principales críticas a esta gesta educativa. Foto Orlando Valenzuela/ IP Nicaragua

 

“Me sentí comprometido de apoyar en algo que estaba a mi alcance y esa era una buena oportunidad, tomando en cuenta mi origen de una familia campesina a quienes yo les leía los telegramas que se recibían y les hacía algunos escritos”, relata Bustamante, quien alfabetizó en la casa de don Vicente Sánchez y su esposa doña María, comunidad El Mapa, a unos 20 kilómetros entre montañas empinadas de Murra, Nueva Segovia.

De sus 25 estudiantes, en sus dos turnos, 18 aprendieron a leer y escribir sus propias correspondencias. Refiere que ésta fue una experiencia bonita pero difícil, ya que las condiciones de vida eran muy precarias. No había letrinas y le tocó hacer una, sin agua potable más que la del río muy lejano, la luz era de candiles y además le tocó participar de la dureza de los trabajos del campo: rajar leña, cortar café, socolar, jalar agua, entre otros.

“Pero toda esta dureza se vivía con amor, los campesinos me miraban como uno más en la familia”, dice al recordar con cariño.

A pesar que Luis Emilio se entregó de lleno a la tarea de la revolución de enseñar a leer y escribir a los campesinos de Murra, en su comunidad natal, Macuelizo, la noche del 27 de junio, un grupo de ex guerrilleros del nuevo gobierno sandinista llegó a la casa de sus progenitores y asesinaron a su anciano padre y sus hermanos, según le contaron los sobrevivientes.

Esa noticia lo devastó, pero aun así, viajó a su pueblo y allí se enteró que sus familiares ya tenían cuatro días de enterrados. Eso le hizo regresar y entregarse con más pasión a sus estudiantes, también como una medida de terapia entre la tragedia que estaba viviendo.

Bustamante, piensa que la alfabetización fue una buena obra, pero que ésta fue empañada porque el Frente Sandinista la aprovechó para hacer campaña política partidaria.

“La parte pedagógica fue sustituida por la ideología en favor del gobierno y esto no iba con los campesinos que venían de una guerra contra Somoza y se asomaba otra contra el gobierno sandinista y aquí es donde empiezan a aparecer las primeras Milpas (Milicias Populares Antisandinistas), a esto se suman las confiscaciones masivas que ocurrían en el campo y la ciudad. Creo que la juventud de hoy adepta al sistema carece de conocimiento de la historia y está siendo manipulada por intereses personales. Hay mucho populismo del gobierno que involucra a la juventud y la aparta de la realidad”, advierte Luis Emilio.

Partero a los 16 años

Alfonso Mantilla Siles acababa de cumplir 16 años cuando llegó a Quebrada Negra, en Murra y a los pocos días le toco hacer de “partero” junto a su amigo Alberto Peralta, cuando la hija de don Juan Manuel Izaguirre, que estaba embarazada de su compañero Felipe, empezó a sentir los dolores de parto.

Sucedió que ese día, la partera, que ya tenía tres días esperando el nacimiento del bebe, se había ido a ver a sus hijos que los había dejado solos al acudir al llamado de emergencia de la parturienta.

La joven embarazada lloraba de dolor y nadie sabía qué hacer, por lo que Alfonso, acompañado de su compañero de clases Alberto y el esposo de María, se dispusieron a atender el alumbramiento, y así, con rubor y un poco de temor, empezaron la labor de aquel parto natural.

La mayoría de los jóvenes que participaron en la cruzada de alfabetización ahora son destacados profesionales. Foto Orlando Valenzuela/ IP Nicaragua.

Para Alfonso aquello fue impactante porque nunca había visto a una mujer en esa situación. Cuando el niño nació, con una tijera le cortaron el ombligo y le hicieron un nudo y después se le quemó el ombligo con un tizón, tal como era la costumbre en el campo.

“Aquello fue tremendo. Yo, un muchacho de 16 años, atendiendo un parto, cuando jamás había visto una mujer desnuda, fue una situación embarazosa en la que no había de otra, más que rifarse”, dice Alfonso al recordar aquel momento.

“Por primera vez yo vi un parto al natural y además participé de él, y así vi nacer a Felipito. Aquél niño es hoy un ingeniero civil, lo conozco, sus padres lograron salir adelante y esos son frutos de la esa cruzada”, expresa satisfecho Mantilla.

Durante los cinco meses que duró la cruzada de alfabetización, a Alfonso se le podía ver subiendo y bajando aquellas cuestas de las cordilleras de Jalapa que cruzaban Murra, porque además de alfabetizador, era responsable de apoyo logístico de tres escuadras, dos de varones y una de mujeres a las que tenía que garantizar el abastecimiento de material didáctico, provisiones, correspondencia, uniformes y estar atento a cualquier necesidad.

Para Alfonso, la alfabetización le trae buenos recuerdos. “Al principio, la montaña era una algarabía, habían un montón de chocoyos,  en cualquier parte uno se encontraba 5 o 6 muchachos haciendo una fiesta, dando clases, cantando, sacando una guitarra”, comenta con nostalgia.

A 41 años de aquellas andanzas, Alfonso reflexiona y dice como pensando en voz alta: “Al día de hoy soy controlador aéreo, abogado y notario, pero soy un hombre sensitivo a las necesidades de la sociedad porque pude convivir con el campesinado, pude palpar sus necesidades más íntimas, había cosas que me impactaron mucho como las necesidades básicas”, expresa.

Comenta que en la actualidad la gente en el campo tiene más acceso  al desarrollo tecnológico de los últimos 40 años y considera que alfabetizar ahora sería más sencillo porque tenemos medios audiovisuales, teléfonos inteligentes y otras herramientas.

“Se podría reducir a cero el analfabetismo, no como fuimos nosotros que íbamos con las uñas, hasta había brigadistas que daban clases con tizón, escribíamos en una pared o una puerta de pino y así aprendieron a leer y escribir chavalos, jóvenes y ancianos, es impresionante, para mí es una época que jamás voy a olvidar, fui privilegiado de haber  participado en una cruzada de tal naturaleza”, asegura Mantilla Siles.

“No apoyaría nueva cruzada”

A Arnoldo Soto muchos lo conocieron en La Ruta Maya, donde trabajó por muchos años. Él también alfabetizó y comparte sus vivencias como brigadista.

“Mi mejor recuerdo de la Cruzada es haber apreciado la sencillez y humildad, el desprendimiento del campesino y la belleza natural de nuestras montañas”, confiesa Soto.

Arnoldo era estudiante de la facultad de Economía del Recito Universitario Carlos Fonseca Amador y además de alfabetizar, fue segundo al mando de su escuadra ubicada en la comunidad Los Baldes, montaña adentro, hasta donde llegaron después de dos días de camino a pie, bajo un potente sol.

“Donde estuve alfabetizando, mis padres postizos aprendieron las primeras letras al primer mes y ellos nos tomaron mucho cariño, al extremo que vinieron hasta Río Blanco cuando veníamos de regreso”, evoca Soto.

El economista refiere que un día, junto al primer responsable de la escuadra realizaba un rondín por las casas de los brigadistas a su cargo, cuando se toparon con un enorme charco de lodo y apostaron a que pasaban por el centro.

“El grave error para mí, que soy chaparro, fue que en el centro quedé atrapado y perdí el equilibrio, cayendo de espalda y tuvo que venir a auxiliarme el responsable, atacado de la risa”, cuenta con humor Arnoldo.

Soto tiene en la alfabetización una de sus mejores vivencias, la que sin embargo, a su entender, estuvo empañada por el interés de politizarla desde un inicio, por eso el no apoyaría una campaña similar si el gobierno actual la realizara.

“Yo no la apoyaría porque sería totalmente a favor de los dictadores actuales”, sentenció el ex alfabetizador.

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